miércoles, 27 de febrero de 2013

UN CAFÉ, UN PLACER


¡Hoy es un día fantástico! pienso al salir del portal de mi casa. Camino tranquilamente, sin prisas. Siento el calor del sol en el cuerpo, ese sol reconfortante y placentero característico de la primavera. El viento suave y cálido acaricia mi cara suavemente. Me siento en una pequeña terraza a desayunar. Un niño pasa corriendo con su perro mientras se cruza un joven en bicicleta. En otra mesa cercana hay dos señoras de cierta edad disfrutando de la charla y el lugar. Dos jilgueros algo temerosos picotean las migas desperdigadas por el suelo. El camarero se acerca con una bandeja redonda y metálica en la que lleva hábilmente mi café y mi pasta. Los deja en la mesa y se va como si tuviera prisa. El café huele a gloria. El sobre de azúcar tiene unos dibujos rococó que son elegantes y divertidos a la vez. Vierto el azúcar en la taza y doy vueltas lentamente con la cucharilla. Espero unos segundos y acerco la taza a mi boca, sintiendo el calor y el olor del café. Bebo un pequeño sorbo.
- ¡Oh, que gran momento!, pienso casi como si lo estuviera diciendo en voz alta.
Dejo la taza en el centro del plato pequeño que tiene un borde redondeado donde se ajusta la base de la taza. Plato y taza parecen estar unidos. Comienzo a comer la pasta, un bocado, dos bocados. Siento el ruido borroso y lejano de coches. Levanto de nuevo la taza cogiéndola con dos dedos por el asa redondeado y vuelvo a beber. El café entra en mi boca, se extiende por toda ella y saboreo lentamente todo el gusto de este néctar ancestral. Por mi garganta penetra un calor delicioso hasta que se pierde dentro de mi. Termino la pasta y vuelvo a beber el último sorbo de café y el placer vuelve a sacudirme. Dejo la taza y al tocarse con el plato hace un ligero retintín. Me recuesto en la silla saboreando el momento. 

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