martes, 14 de marzo de 2017

SENTENCIA

A veces, como por pura casualidad, la vida vence a la muerte. En ese mundo real, pero que desde nuestra mirada no lo parece, existen lugares donde la vida humana vale menos que una manzana. Hay estudios que demuestran que las personas que viven en una sociedad democrática y pacífica son incapaces de imaginarse con verosimilitud un estado de guerra. 

Nedzad Avdic, de adolescente, soñaba con jugar en la selección de fútbol de Yugoslavia junto a leyendas de los Balcanes como Savicevic o Boban. La guerra civil que sufrió Bosnia entre 1992 y 1995, los años en los que debería haberse desarrollado como deportista, lo despertó de golpe. En medio de esa sucesión de eventos locos y descontrolados acabó frente a un pelotón de fusilamiento en la cuneta de una carretera apartada. Entonces cayó en la cuenta de que todo había acabado. En ese momento existía, pero dentro de unos instantes iba a dejar de hacerlo. Fue sentenciado a muerte sin haber hecho nada. No tuvo miedo, ni suplicó clemencia. Solo recuerda que un pensamiento terrible lo llenó de angustia: voy a morir y mi familia nunca va a saber cómo ni dónde.

Nedzad sobrevivió milagrosamente a la matanza. Los soldados serbios que les dispararon a él y a otras personas a sangre fría vaciaron sus cargadores. El muchacho de 17 años que era entonces recibió un disparo en el estómago. Entró en shock al sentir el escalofrío de la pólvora. Le ardía la barriga y el dolor era insoportable. Le consoló pensar que en unos instantes iban a rematarle de un disparo en la cabeza y todo, ahora sí de veras, habría acabado. Absorto en esas ensoñaciones perdió el sentido. Se despertó un rato después, cuando escuchó a los camiones que transportaban a los soldados marcharse por un camino de tierra. Si podía oír eso es que estaba vivo.

Ahora, con 38 años, Nedzad es un testigo protegido que ha declarado contra el genocidio comandado por el general Ratko Mladic, cuyo juicio por crímenes contra la humanidad lo ha sentenciado. Nedzad perdió a su madre y a su padre durante la guerra. 

Este es un drama reciente, pero el nuestro, el de nuestra Guerra Civil, aún hoy en día continua sin resolverse de forma satisfactoria como se merece una sociedad democrática del siglo XXI. Ni PSOE y mucho menos PP han querido avanzar en este sentido, o si lo han hecho ha sido para cumplir el expediente y poco más. A algunos se les ve demasiado el plumero y solo saben decir que “es mejor dejar en paz el pasado”, craso error. Parece mentira que alguien defienda tales hechos, porque no condenarlos significa defenderlos. El cadáver de dictador y genocida Francisco Franco no puede permanecer en un mausoleo para vanagloria de su persona. Tiene que ser sentenciado públicamente por todos los estamentos políticos y se tiene que actuar en consecuencia como ha sucedido con Ratko Mladic. En España, los miles de muertos asesinados vilmente y tirados en oscuras cunetas no pueden descansar en semejante lugar. El agravio para sus familias y la memoria colectiva de todo un país está en juego. Es un asunto muy grave que hay que aclarar aquí y ahora. No se puede pretender que dejando pasar el tiempo todo se solucionará, es de cobardes y farsantes. A ver si se cumple de una vez la inacabada Ley de Memoria Histórica y, mejor tarde que nunca, se pone a cada uno en su lugar.