martes, 22 de julio de 2014

LA MARCHA REAL DE PAQUITO


Benito Pérez Galdós narra en sus escritos cómo llegó a España la "Marcha Real", el himno vigente. La historia es más o menos así: al parecer, la cuestión viene de una reunión del rey de Prusia, Federico “El Grande”, (el apodo viene más por la grandiosidad casi divina que por el tamaño corporal) con el embajador del rey Carlos III de España en sus dominios, el marqués de Sotomayor, para discutir sobre tácticas militares ya que el rey prusiano tenía fama de ser un gran estratega militar. En un momento de la reunión, el español se atiene a aconsejar al prusiano sobre asuntos de pericia militar, a lo que el prusiano responde un tanto airado y sarcástico exponiendo que "su táctica en batalla es la española, la aprendió en la magna obra del marqués de Santa Cruz de Marcenado, que usted, como general, conocerá sin duda"

El español algo turbado intentó replicar. El prusiano para zanjar el asunto y cambiar de tema cogió una partitura que tenía en su mesa y se la dio al español diciendo: "Esta es una marcha compuesta por un gran músico alemán. Yo la considero obra maestra por su brevedad, solemne y grandiosa. Llévela usted de mi parte a su majestad católica para que la adopte como himno en los actos palatinos". Y así acabó, allá por el año 1770, la partitura del himno de España en las manos de Carlos III , que hizo caso a la petición del prusiano. 

Sin duda este puede ser el origen del himno español, pero como siempre tengo tendencia a la duda y a cuestionarme otra opción, dejaré abierta la puerta a diferentes interpretaciones. Vaya por delante el beneplácito de Galdós. 

Una de estas opciones me la mostró un conocido, un chico joven de menos de treinta años, enérgico, alegre y vivaracho, al que le gusta cantar. De vez en cuando suelta una tonadilla sin venir a cuento. Supongo que le pasará por la cabeza y la canta sin ningún prejuicio, para él es motivo de alegría y de vida, por lo tanto bien está. Hace pocos días nos encontramos en la puerta de un mercado y charlando del verano, me comentó que el himno de España tendría que ser "Paquito chocolatero". Esa canción popular que todos hemos cantado y bailado con alegría extrema en las fiestas de algún pueblo, tocada por la banda pachanquera de turno. Me lo dijo con un sentimiento y aplomo absolutos. Allí mismo, en mitad de la calle, mientras hablábamos, comenzó a cantar la canción a capela, sin complejos, con su voz rotunda. Incluso en un momento dado movió las caderas hacia delante y hacia atrás al compás de la canción, y yo mismo le acompañe en el movimiento casi de forma instintiva, automática. La rocambolesca  escena duró unos diez o quince segundos en los que la gente que pasaba cerca de nosotros nos miraba con una mezcla de condescendencia y jocosidad. Después del espectáculo nos despedimos deseándonos unas felices vacaciones de verano.

¿Y por qué no?. Mi colega, el cantaor callejero, tiene tanta razón o más que el mismísimo Carlos III. Qué mejor que una canción popular que conecta con los ciudadanos en su momento más dichoso, la época estival durante las fiestas del pueblo. Todos hemos disfrutado con esta canción, es divertida y afable. Cuando suena tenemos tendencia a hermanarnos, pasamos los brazos por lo hombros del que está cerca y bailamos todos juntos, sin diferencia de edades ni generaciones, cantamos y reímos. En definitiva, nos transmite alegría y vida. En cambio la "Marcha real", el himno actual, es casi una marcha fúnebre comparada con "Paquito chocolatero". El himno actual es severo, demasiado clásico y soporífero. Fue impuesto por un rey para su único y propio interés, sin tener en cuenta a los ciudadanos y haciendo oídos sordos a esa sensibilidad necesaria para gobernar por y para el pueblo. Si pudiera elegir una canción, un himno, que fuera la representación musical de una colectividad, que la identifica y que une entre sí a quienes la interpretan, tal como significa la RAE, elegiría "Paquito chocolatero".

Es tiempo de veraneo. Este verano me rendiré a Camus y a Muñoz Molina, a las Rias Baixas, a Oporto y a Las arribes del Duero, como casi siempre. Me rendiré al pulpo a feira, al Albariño y al Oporto, me rendiré al jamón ibérico y al queso puro de oveja. Me rendiré a la somnolencia deliciosa de las siestas veraniegas y de las noches largas y amigables. Este verano me rendiré a la alegría y a la vida, me rediré a "Paquito chocolatero".

Hasta finales de agosto, que disfrutéis del verano.

martes, 15 de julio de 2014

SI URBANO LEVANTARA LA CABEZA


El arzobispo de Canterbury, Justin Welby, está de moda. Dicho así, parece algo áspero de digerir, "arzobispo" y "Canterbury" no son palabras muy actuales, pero si tenemos en cuenta que ese señor anunció recientemente que el próximo año en Inglaterra tendrán la primera mujer obispo, la cosa cambia. Por lo visto, estos día tuvo lugar una votación de obispos, clérigos y laicos (como les gusta diferenciar clases de hombres) en la sala de York, que fue retransmitida online a través de la web de la iglesia anglicana, una prueba más de que están de moda. Se votó a favor de permitir la ordenación de mujeres obispo. De los obispos: 37 votaron a favor, dos en contra y una abstención (siempre está el típico temeroso de Dios y también temeroso del hombre, en fin, temeroso hasta de su sombra). De los clérigos: 162 votaron a favor, 25 en contra y 4 abstenciones. Por último, de los laicos: 152 a favor, 45 en contra y 5 abstenciones. De estas votaciones se pueden sacar varias conclusiones: una amplia mayoría votó a favor, el grupo de obispos es mucho menor y exclusivo (justo lo que quieren) y los laicos fue el grupo con más votos en contra, asunto que no acabo de entender, porque si no profesas ninguna religión imagino que los preceptos que estas tengan te dan bastante igual, siempre y cuando no sean perjudiciales para el resto de personas y en este caso no lo parece.

Por otro lado, mientras las religiones controlan los hilos de la política y la economía y tienen un brazo civil para hacer cumplir sus mandamientos, rara vez dan muestras de tolerancia. El ejemplo del catolicismo es evidente: las religiones se hacen tolerantes cuando se debilitan, cuando pierden poder terrenal. Esto también se puede aplicar a los gobiernos actuales, si se sienten fuertes, sabedores de un gran poder económico en su entorno, intentan a toda costa imponer su criterio, caiga quien caiga; en cambio, si no tienen esa fortaleza son más transigentes y sociables. 

Un ejemplo fueron las Cruzadas. En el siglo XI, las ciudades más importantes del norte de Italia querían recuperar el control del comercio de Oriente. Los turcos controlaban los pasos marítimos y terrestres hacia los lugares santos y los centros de comercio. Para vencer este obstáculo se conjuraron los intereses mercantiles y los políticos del papa Urbano II, cuyo objetivo era controlar a toda la cristiandad mediante la dominación de la ciudad de Constantinopla, la actual Estambul, paso obligado entre Europa y Oriente. Así, como tapadera de este cúmulo de intereses con la magnífica excusa de recuperar los lugares sagrados de Oriente y proteger a los cristianos de esas zonas, Urbano promovió la Primera Cruzada. Hacia allá partieron miles de hombres embaucados para matarse con otros tantos miles de hombres al grito de "Deus lo volt" ("Dios lo quiere"). Esto es lo que ocurre cuando una religión fuerte (o algunos hombres en nombre de esa religión) controla los poderes políticos y económicos. Es evidente que podríamos decir lo mismo de un gobierno fuerte.

Parece ser que en Inglaterra la religión católica del siglo XXI no es la del siglo XI en Italia y después de diez siglos no está en su mejor momento, gracias a Dios, valga esta contrariedad. Me pregunto si al papa Francisco "la voz de Dios en la tierra" (impresionante y sobrenatural título) le parecerá bien que el próximo papa sea una mujer, visto lo visto es el siguiente paso. Por ejemplo y para continuar estando de moda, podría ser el papa Jessica I, o quizá la mama Jessica I.

martes, 8 de julio de 2014

ESENCIALMENTE HUMANO


Me cuesta enormemente entrar en terrenos pantanosos pero hoy haré una excepción teniendo presente en todo momento que estas arenas movedizas pueden engullir al mismísimo King-Kong con un simple suspiro.

El rechazo social hacia la clase política es más palpable cada día. Los políticos gozan de una horrenda fama y eso que lo más probable es que se parezcan mucho a quienes les votamos, quizá incluso demasiado; seguramente si fuesen muy distintos a nosotros no les elegiríamos para representamos en el gobierno. Solo los gobernantes que no llegan al poder por medio de elecciones generales (como los dictadores, los líderes religiosos o los reyes) basan su prestigio en que se les tenga por diferentes al común de los hombres. Como son distintos a los demás (por su fuerza, por inspiración divina, por la familia a que pertenecen o por lo que sea) se consideran con derecho a mandar sin someterse a las urnas ni escuchar la opinión de cada uno de sus conciudadanos. Eso sí, asegurarán muy serios que el verdadero pueblo está con ellos, que la calle les apoya con tanto entusiasmo que no hace falta ni siquiera contar a sus partidarios. 

En cambio quienes pretenden gobernar por vía electoral se presentan como personas corrientes, humanas, con los mismos vicios y problemas que la mayoría, pero también con una gran dosis de vanidad y arrogancia imprescindibles si se quiere liderar a millones de personas. Tienen el deber de exponer ideas para mejorar la gestión de la sociedad y tienen que aceptar la posibilidad de ser sustituidos si no son tan competentes como dijeron o tan honrados como parecían. Estos dos aspectos fundamentales en la actualidad no se cumplen, es evidente que esto produce un rechazo social hacia los políticos.

Por otra parte, los políticos hacen más promesas de las que sabrán que cumplirán (engañan), exageran el futuro y nosotros tenemos tendencia a creernos esas promesas. Es mejor desconfiar desde el principio y controlarles y cesarles cada cierto tiempo; lo malo es cuando se creen en posesión de la verdad y no hay modo de mandarles para casa.

Tenemos que saber mirar en perspectiva y reconocer que en todas las épocas se ha dicho que la política está peor que nunca, que la situación en la que vivimos es injusta y que el mundo es políticamente ingobernable. Y eso es así porque las sociedades humanas nunca han sido nada del otro mundo, sino de este mundo, y por lo tanto están llenas de defectos, de abusos y de violencia. Por esto, cualquier organización de los hombre que favorece acuerdos por su pertenencia a la humanidad (a todos los humanos) y no por su pertenencia a tribus (solo un grupo de humanos), es políticamente interesante. La diversidad de formas de vida es esencial pero asumiendo unas pautas de tolerancia y acuerdos para aunar esfuerzos y conseguir una diversidad de culturas que se nutren y evolucionan de manera común. Por eso es esencial rechazar los principios que enfrentan a unos hombres con otros: el racismo, que cataloga personas de primera, segunda o tercera; los nacionalismos feroces, que consideran que la identidad colectiva lo es todo y el individuo no es nada; las ideología fanáticas, religiosas o civiles, incapaces de considerar un sereno intercambio de opiniones y que exigen creer y respetar solo lo que ellos consideran verdad, etc.

No nos olvidemos, el hombre es esencialmente humano. Montesquieu dijo: "Si yo supiese algo que me fuese útil y que fuese perjudicial a mi familia, lo expulsara de mi espíritu. Si yo supiese algo útil para mi familia y que no lo fuese para mi patria, intentara olvidarlo. Si yo supiese algo útil para mi patria y que fuese perjudicial para Europa, o bien que fuese útil para Europa y perjudicial para el género humano, lo considerara como un crimen, porque soy necesariamente hombre, mientras que soy francés por casualidad ".