martes, 26 de enero de 2016

DOBLE PLETINA

Hubo un tiempo en el que la música era tangible, casi se podía toca. Llegaba del colegio y encendía la radio. Por entonces ya me gustaba Radio 3. En su programación había música de todo tipo, pero siempre poco convencional. Algunos de sus programas Discópolis, Fluido rosa, Diario Pop, Sateli 3, El Ambigú, Peligrosamente juntos, Siglo 21, Trópico utópico, eran realmente magníficos. Fernando Delgado, Diego Manrique, entre otras, daban nombre a unas voces que se hicieron familiares. Fueron años escuchando Radio 3, el montante de horas sería montañoso. Durante ese tiempo aprendí a apreciar la música, pero sobre todo aprendía disfrutarla. La música, como cualquier otro arte, ya sea pintura, escultura, literatura, etc., se tiene que educar para poder comprender y llegar a disfrutar. Puedes estar delante de un Velazquez, un Picasso o un Pollock y no lograr disfrutar de esa obra de arte por falta de conocimientos y educación artística. Lo mismo sucede con un libro. Las páginas que para unos son un verdadero tedio, para otros son un deleite. Sucede con Don Quijote de la Mancha de Cervantes o con Ulises de Joyce o con La broma infinita de Foster Wallace, por poner tres grandísimos ejemplos de diferentes épocas. Apreciar y disfrutar la música de Chaikovski, Rossini, Verdi o Bach, requiere una preparación y asimilar una serie de ideas y conceptos. Lo mismo sucede con los Pixies, Suede, New Order o Joy Division.

En aquella época la música se escuchaba en cinta, también conocido como casete. Una cinta original comprada se podía grabar con una radio de doble pletina. En una pletina se colocaba la original y en la otra la cita virgen. En la primera presionabas el “PLAY” y en la segunda en botón rojo de “REC”, grabar. Primeras confirmaciones de que el inglés servía para algo. Ambas cintas comenzaban a girar. Esa era la fórmula. Las típicas cintas vírgenes para grabar eran TDK, SONY y BASF, de 60 y 90 minutos. Esto quería decir 30 minutos por cada cara (A y B) en las de 60; y en las de 90 minutos, 45 por cara. También había de 46 y 120 minutos, pero eran menos comunes. Todas las cintas vírgenes eran “regrabables”, una ventaja, y además tenía un papel plegado y listado para escribir un índice de tus grabaciones. La cinta venía acompañada con unas pegatinas que se colocaban en cada cara (A y B) y servían para escribir encima el nombre del grupo o la grabación que había en esa cara, que no siempre era el mismo que en la otra. Aquí estaba en juego tu habilidad estilográfica para lograr un vistoso resultado.

Uno truco muy extendido era la utilización de un bolígrafo “Bic” para rebobinar manualmente, algo imprescindible. Otro era el celo, me refiero a la cinta adhesiva, no al instinto animal. Colocado en la parte inferior de una cinta con las pestañas rotas o para grabar sobre cintas originales, también formaba parte del instrumental necesario del grabador de cintas magnéticas.

Otra forma de grabar era directamente de la radio. Algunas de mis mejores grabaciones están realizadas gracias a programas de Radio 3. Escuchaba la sintonía de inicio y tenía la cinta virgen preparada con el dedo en el “REC”. El presentador solía alargarse demasiado. Comenzaba a hablar de una canción y del grupo mientras sonaba la música de fondo. Cuando dejaba de hablar le daba al “REC” y estaba muy atento a parar la grabación antes de que el comentarista hablara de nuevo. Las canciones solían cortarse unos segundos al principio y al final, pero la esencia se mantenía. No había otra forma. Después daba al “PLAY” para que avanzase la cinta dos o tres segundos, el espacio temporal que separaba las canciones, y volvía poner el dedo sobre “REC”. Esperaba a ver si la siguiente canción me gustaba. Si no era mi agrado, no grababa. Espera a la siguiente canción. Recuerdo que llegué a grabar programas enteros de Radio 3. Todas las canciones me gustaban, una detrás de otra. Llegó a no molestarme los comentarios del locutor. Incluso todo lo contrario, en muchas ocasiones eran aclaraciones o explicaciones muy interesantes. Otra grabación curiosa que solía realizar era grabar mi propia voz o la de mis padres o hermanos. Después nos escuchábamos y todos se quedaban parados al ver lo extraño que sonaban nuestras propias voces grabadas, eran voces desconocidas, como de otra dimensión. En cambio, la voz de los otros nos parecía normal. Era otros tiempos, otras sensaciones.


martes, 19 de enero de 2016

EL PODER DEL BESO

Los besos forman parte de ciertas funciones sociales, pero sobretodo me interesa el concepto romántico del beso, porque es ahí donde aflora el verdadero sentimiento del amor. Hay que distinguir el beso social, el beso sexual y el beso de enamorados. Las primeras historias donde aparece el beso romántico, que suelen representar a unos amantes desdichados que rompen las restricciones de la sociedad, son los relatos, leyendas y canciones de trovadores medievales, basadas en la caballerosidad y el amor galante. Anteriormente Platón, Homero, Catulo y otros escritores de la antigua Grecia y la vetusta Roma ya hacían referencia al beso en sus narraciones, pero no de forma enteramente romántica. Así pues, el beso romántico en los labios viene de las tradiciones medievales de amor cortés. Está impregnado de amor verdadero y es una acto conspirativo contra el cortejo pactado y el amor convenido. Incluso hoy, la traición y la infidelidad comienzan con un beso. Después sexo, pero nunca al revés. Por lo tanto, el origen del beso verdadero podría nacer de ese sentimiento de libertad ante las prácticas nupciales y amorosas establecidas que existían en tiempos pretéritos. 

Un ejemplo de beso romántico lo narra Shakespeare en su Romeo y Julieta. Todos conocemos la trágica historia de amor imposible entre dos enamorados que pertenecen a familias distintas e irreconciliables. Julieta dice:  “Ahora tienen mis labios el pecado que han tomado de los tuyos”. A lo que Romeo responde: “¿El pecado de mis labios? ¡Dulce reproche! Devuélvemelo”. Desde el principio, el beso y el “amor desdichado” van de la mano. Acaso esa sea la única posibilidad para el amor verdadero: quizá pecaminoso, como dice Julieta, pero irresistible. Hoy en día encontramos este mensaje implícito en todas las historias de la cultura de masas, desde las películas hasta las novelas superventas. El poder del beso furtivo para cambiar la vida de la gente nos empuja inexorablemente a besar. 

Besar se ha convertido en la acción romántica por excelencia. ¿Hay algo más romántico que dos personas abrazándose, mirándose a los ojos y, como colofón de ese momento romántico, besándose en los labios? En ese instante, el beso transporta a los amantes a otro nivel de la existencia, muy por encima de lo mundano. El beso sigue siendo una acción de amor subversiva, y tiene un gran significado, pues provoca una compleja serie de reacciones químicas que potencian los sentimientos románticos y hacen que los actos físicos, como las relaciones sexuales, sean mucho más significativos e íntimos. El beso es, en pocas palabras, un “elixir” embriagador. A fin de cuentas, el romance es un ideal, una parte de la forma en que fantaseamos sobre el mundo. Todos desean vivir una gran historia de amor, aunque puede que nunca llegue. El beso concierne a lo ideal, no a lo real. El beso tiene un enorme poder: durante unos instantes suspende la realidad y el mundo se vuelve perfecto. Cuando funciona, hace añicos lo cotidiano, nos olvidamos de las banalidades que constituyen el día a día. Dichoso acto.


"Le baiser de l'Hôtel de Ville", fotografía de Robert Doisneau.

martes, 12 de enero de 2016

LA INFANTA Y EL GUISANTE

En un país muy, muy, muy cercano, vivía una bella infanta de dulce sonrisa y tierno corazón. Su cabellos de oro eran la luz que iluminaba el reino de su padres, los reyes. La hermosa infanta tenía un hermano mayor, el apuesto príncipe del reino, y una hermana, otra bellísima infanta pero con menos encanto que ella. Los tres hermanos vivían muy felices, pasaban largos veranos en su palacio cercano al mar y los inviernos se divertían jugando en las montañas con la nieve. El rey, aficionado a la caza, ejercía su mandato con rigor y nobleza. La reina, figura discreta, destacaba por su elegancia y su buen hacer. Todos sus súbditos vivían alegres, los vítores del pueblo surgían al paso de tan querida familia real.

Un día, la bella infanta encontró un pretendiente. Se trataba de un apuesto caballero de noble linaje. La boda real se celebró por todo lo alto. El pueblo, encandilado por la majestuosa estampa que formaba la pareja, festejó con alegría y alborozo el casamiento durante tres días y tres noches. La nueva pareja real se fue a vivir a una ilustre casa y tuvieron varios hijos de noble linaje. Mientras tanto, la bella infanta y su marido se ganaban la vida honradamente colaborando en mejorar la sociedad mediante obras benéficas y la organización de eventos públicos ventajosos para sus súbditos. Eran todo un ejemplo de laboriosidad y ofrecimiento altruista. Una noche, antes de irse a dormir, unos de los preciosos hijos de la bella infanta colocó un guisante bajo del colchón de su padres. A la mañana siguiente el niño se sorprendió al ver que sus reales padres se levantaron como si nada, incluso los veía más alegres que nunca. No lo entendía, las personas de sangre real no pueden dormir con un guisante bajo el colchón porque son de piel muy delicada y sensible, él lo había leído mil veces. Ese día, tanto su padre como su madre recibieron visitas de personas importantes. Cuando sus padres se quedaron solos abrieron una botella de champán a modo de celebración. Esos encuentros se repitieron durante meses, los mismos meses que el guisante permaneció bajo el colchón sin crear ningún efecto negativo en los reales padres. Decepcionado por el resultado, el hijo real decidió quitar el guisante de su lugar. Pero entonces sí sucedió algo, las celebraciones dejaron de sucederse y la alegría que irradiaban sus reales padres, sobre todo su madre la infanta, fue menguando paulatinamente. Seguían recibiendo visitas, pero después, sus semblantes eran serios. La alegría que antes fluía por la ilustre casa se había convertido en una nube de pesimismo. Una mañana los dos se fueron y no volvieron hasta el día siguiente. A los pocos días el padre desapareció durante una larga temporada, motivos de trabajo, decía la madre e infanta del reino. Su ilustre casa fue vendida y se trasladaron a otra más modesta. La infanta se sumió en una depresión que la mantuvo encerrada en su cuarto durante meses. Sus hijos no alcanzaban a comprender la situación. 

El mismo niño que había colocado el guisante bajo el colchón de sus padres hace mucho tiempo, pensó en volver a colocarlo de nuevo. Su infantil razonamiento fue el siguiente: desde que quité el guisante mi noble madre está muy triste y hace una eternidad que no veo a mi padre. Pensó que si volvía a colocarlo bajo el colchón todo volvería a ir mejor, la alegría brillaría una vez más en la cara de su madre y su padre volvería de ese trabajo que tanto tiempo lo mantenía alejado de casa. Y así lo hizo, una mañana colocó de nuevo el guisante bajo el colchón de su madre. Al día siguiente no sucedió nada. Extrañado esperó unos días más. Decepcionado al ver que su madre continuaba derrumbada y su padre no aparecía decidió renegar de sus padres. Se dio cuenta que sus padres lo había engañado durante toda su vida. Y colorín colorado…

martes, 5 de enero de 2016

NO LO DIGO POR ACOJONAR

El 2016 promete ser un año divertido. El paro, principal preocupación desde hace años (más de los deseable), seguirá en tasas abrumadoramente altas. Si eres una de las personas que lleva en paro una temporada, el año que viene lo tendrás crudo. No lo digo para acojonar, simplemente es la realidad que a veces no queremos ver. Por el contrario, si durante este próximo año entras a formar parte de ese veintitantos por ciento de parados ya puedes ir rezando, que diría la beata del lugar, pues lo tendrás dificilillo para volver a cotizar a la Seguridad Social. Tampoco lo digo para acojonar, ni soy un gurú de pacotilla, a los datos me remito. Y hablando de Seguridad Social, me sorprende, con la que está cayendo, que la sanidad no sea un tema de preocupación más acuciante. Se ve que a la gente le preocupa más los partidos políticos y la política que su propia salud, paradoja ininteligible. Vamos que puedes estar con el hígado reventado o el riñón para el arrastre que lo más importante es que los políticos y la política en general sea llevadera. Perdonen la expresión, pero hay que ser necio. 

Por encima de la política nos preocupa aún más la corrupción y el fraude. Se supone que en estamentos públicos (políticos, funcionarios, etc.), porque en los privados allá se las compongan, pensarán muchos. La justicia actuará si los pillan, y si no lo hace, a mi no me afecta. Y aquí surge otra equivocación, porque en la mayoría de las ocasiones los problemas corrupción de cargos públicos están íntimamente ligados con los negocios privados, tan privados como sus propios bolsillos o los de su familia o colegas. Parece evidente que los problemas de corrupción son inseparables de la política. Esta percepción tiene un gran porcentaje de españoles, por qué será. 

La educación, que a mi humilde entender tendría que ser el primero de los problemas, ha pasado a ocupar un discreto puesto. Después de lo armado por Wert y su partido en materia de educación es incomprensible, que flaca es la mente y que instintivo es el ser humano. La educación es la base de la convivencia, el desarrollo y el bienestar. Un pueblo educado es un pueblo dichoso, crítico, respetado y respetuoso. Este es un largo camino y todavía estamos en los primeros tramos. Tampoco lo digo por acojonar, pero si los recortes han pasado a ser algo insignificante o poco importante para la inmensa mayoría como dicen las encuestas, mal andamos. Ni sanidad ni educación, quien la quiera que la pague y mientras tanto que viva la privatización amparada por la corrupción.

Algo que parece positivo es la poca importancia que se da al terrorismo. Al parecer somos valientes o quizás insensatos, quién sabe. La vivienda y las pensiones también son asuntos que tienen poca relevancia en nuestras preocupaciones, curioso dato. En cambio, la inmigración nos preocupa más, pero bastante lejos de la violencia contra la mujer. Me pregunto si seguimos siendo una sociedad machista o por el contrario profundamente igualitaria. Por cierto, algo que me choca es la preocupación por la inmigración y la nula inquietud por el racismo. Tal vez no seamos ni machistas ni igualitarios, sino esperpénticos, mirando el panorama creo que voy bien encaminado. Y hablando de esperpentos, los nacionalismos ocupan una posición bastante discreta en los problemas del conjunto de país. Así lo creemos, que no quiere decir que así lo pensemos. Los desahucios nos preocupan muy poco y eso que hay algunos que claman al cielo todavía. Lo mismo sucede con la subida del IVA, lo que fue un estruendo se ha quedado en un canto coral en “mi" menor.

Me he nutrido de datos publicados por el CIS. Las mayores preocupaciones con diferencia son el paro, la corrupción y la economía. El año 2016 será de lo más entretenido, si sobrevivimos, claro, y no lo digo por acojonar.