martes, 23 de febrero de 2016

ESTERCOLERO GUBERNATIVO

Me pregunto qué es lo que tiene que ocurrir para que alguien que ostenta un alto cargo en un gobierno, un ministro por ejemplo, se queje amargamente en los medios de comunicación, afirmando con total despotismo, que le parece llamativo que solo salgan casos de corrupción de su partido, que para más inri, es el que ha estado en el poder los últimos años y aún continúa en un “gobierno en funciones”. 

Lo primero que extraña de sus declaraciones son las propias declaraciones. ¿Cómo se le ocurre a un ministro decir eso en público? cualquiera sabe que hay cosas que puedes pensar, pero que no puedes exponer a los cuatro vientos. El simple hecho de manifestarlo en público es contraproducente para él y para su partido (PP), claro que, puede que él no lo piense así porque es un hombre tan soberbio y vanidoso que no consiente que nadie ataque a los suyos bajo ningún concepto, algo común entre los que ostentan el poder. El reino es mío y yo hago lo que me da la gana, pueden llegar a pensar algunos, parece que demasiados. También pudiera ser que el propio personaje es algo limitado, cosa que me estoy planteando últimamente viendo el elenco de políticos que nos rodean. 

Por otro lado, y lo considero aún más relevante, me parece increíble que el ministro se queje de que “salen solo asuntos de corrupción de su partido”, en vez de decir que su partido es una manzana tan podrida que no hay por donde hincarle el diente y debería ir directamente a la basura. Estas serían las declaraciones lógicas: lamentar los terribles casos de corrupción que tanto daños están haciendo a la sociedad española (y a su partido sobretodo) y prometer que trabajarán duro para que esto no vuelva a ocurrir. Claro, que si hiciese estas declaraciones, nadie las creería porque ya llueve sobre mojado, y ha llovido tanto que su partido esta enfangado hasta las cejas. 

También hay en sus declaraciones un evidente desprecio, falta de respeto e intento de manipulación sobre jueces, fiscales, policías y guardias civiles. Sobre este último término se ha manifestado el partido mayoritario de la oposición considerando intolerable esas manifestaciones del ministro y pidiendo su dimisión porque, según ellos, el ministro ha acusado a jueces y fiscales de parcialidad en sus declaraciones. Creo que tienen razón, aunque el propio ministro con negarlo tiene suficiente. Lo que no puede negar es que su partido, y por lo tanto él mismo, nadan en un océano de mierda. Su partido se ha convertido en una montaña de estiércol de tamaño gigantesco y el hedor que produce se huele en toda España. Vamos, que el PP tiene todo el aspecto, la forma y el olor de un estercolero político. ¿Y cómo limpiar tanta boñiga? Pues cualquiera sabe, pero lo más lógico es que se empiece juzgando al que está de mierda hasta arriba, que es justamente de lo que se queja el ministro.

martes, 16 de febrero de 2016

EL SANTO JUAN PABLO

Lo que parece lógico y normal a ojos de la religión se torna monstruoso. Las relaciones entre personas, la vida misma de la persona, siempre ha estado en entredicho a causa de una serie de dogmas antinaturales. Los seres humanos, biológicamente, nacen, crecen, se reproducen y mueren. Somos así, va en nuestra naturaleza. Es tan racional como que el hombre no puede derribar un árbol con sus manos o como que necesita beber agua y comer alimentos para vivir. Mal que les pese a algunos.

Recientemente han salido a la luz pública unas cartas “íntimas” que han permanecido en secreto durante años en la Biblioteca Nacional de Polonia. El que fuera el papa más joven de la historia y tras su muerte canonizado a una velocidad de vértigo, Karol Wojtyla, el ahora san Juan Pablo según los ingenios de la iglesia cristiana, mantuvo una estrecha amistad con Anna-Terese Tymieniecka, tal como desvelan esas cartas personales. Ambos eran compatriotas, ella vivió la dura experiencia de al ocupación nazi de Polonia y emigró a Estado Unidos. Anna-Terese, casada y con tres hijos, era filósofa y contactó con él para reeditar y ampliar conjuntamente un libro de filosofía escrito por Wojtyla (Persona y acción). Estos encuentros se sucedieron a lo largo de un tiempo dilatado, treinta años, y acabaron trascendiendo de lo meramente formal hasta convertirse en encuentros confidenciales, tal como desvelan esas cartas. Entonces Wojtyla ya ejercía de cardenal y arzobispo de Cracovia, allá por el año 1973. Esa amistad perduró a lo largo de los años, los encuentros se fueron sucediendo. En 1979 Karol Wojtyla fue elegido papa y siguieron reuniéndose, a solas o con la presencia de secretarias, cimentando una relación que ya venía de lejos y nunca fue desconocida. 

Han aparecido a la luz pública algunas fotografías que inmortalizan esos encuentros. Aquí se muestra una fotografía, en la que el aún cardenal, realizó un viaje a Estados Unidos 1976 para asistir a una conferencia católica y aprovechó para congeniar con Tymieniecka en la campiña de Nueva Inglaterra, lugar de residencia de la filósofa. Ya entonces, la compatriota de Wojtyla, revela en sus epístolas un conflicto emocional que va más allá de la pura amistad. La imagen que aquí se muestra deja entrever muchos aspectos de la vida íntima y personal que no se dejan al descubierto a cualquiera. Vemos un cardenal Wojtyla aún vigoroso, de piernas musculadas y hombros fornidos. En camiseta y pantalón corto. Ella vestida cómoda, camisa y falda anchas. Los dos muy campechanos, cercanos. Parecen que se acaban de levantar en mitad de la campiña y han salido de la tienda de campaña tras una noche apacible. Su actitud es la de una pareja que se conoce en la intimidad. Su tranquilidad corporal denota esa cercanía emocional. Dos hamacas, cada uno la suya, hacen que esa relación de pareja se extienda a su entorno y parezca de convivencia a ojos de Dios. Él mira al suelo, lleva ropa o una toalla en la manos, parece decir a Tymieniecka algo así: “Querida, las duchas estaban ocupadas, me ducharé después”. Ir de camping no tiene la mismas comodidades que vivir en el Vaticano, pero eso sí, es la mejor manera de pasar desapercibidos.


martes, 9 de febrero de 2016

EN SENTIDO CONTRARIO

A veces tengo la extraña sensación de ir a contracorriente. Supongo que es una percepción más común de lo que parece. Incluso, es posible que la gran mayoría de los mortales vivamos en una vorágine artificial que nos arrastra y no somos capaces de percibirlo debido a su monstruoso tamaño. Es como navegar por un río de cinco mil kilómetros de ancho en un bote sin remos. Te dejas llevar por la corriente, no hay más remedio. De hecho, debido a su enorme dimensión, ni tan siquiera sabes que es un río. 

Esa sensación de verte arrastrado, y creer que es lo común, resulta apabullante en los entornos metropolitanos. Llega la Navidad y todos hacemos los mismo: compra de regalos compulsiva, cenas y más cenas hasta el punto de parecer romanos (ojo con las comilonas familiares, tras unas copas comienzan a salir los trapos sucios), arbolitos, belenes, luces chillonas, películas típicas de Navidad, etc. Pasa la Navidad y vienen las rebajas: más compras compulsivas de bolsos, calzados, abrigos, pantalones, las New Balance “casual” que todo el mundo tiene, etc. Cantidad de series que visualizamos como autómatas: Juego de Tronos, House of cards, The walking dead, Vikingos, Homeland, Mad Men…, y eso sin contar las ya pasadas como Perdidos, Los Soprano, Expediente X y unas cuantas más. Esto viene de lejos, quién no ha visto El equipo A (M. A. Barracus y sus cadenas de oro y su canguela a volar en avión), El coche fantástico (“Kit te necesito”, decía a su reloj intercomunicador el larguirucho David Hasselhoff cuando estaba en un aprieto, y Kit iba en su ayuda raudo y veloz), Los vigilantes de la playa (con Pamela Anderson de estrella), Melrose Place (lugar idílico repleto niños guapos y niñas guapas), Cuéntame (eterno melodrama) y la archiconocida Vacaciones en el mar (titulada en realidad The love boat, El crucero del amor) o la famosísima Verano azul (quién no recuerda a Chanquete, a Tito, a Piraña o a Bea). Todos tenemos un coche y contaminamos. Todos tenemos móvil y aporreamos la pantalla táctil con ansia esperando recibir un mensaje de Whatsapp. Somos appadictos. Llega el verano y buscamos las vacaciones que ahora están de moda (los fiordos, Maldivas, Laponia o Papete). Compramos a toda velocidad en los supermercados los viernes por la tarde o los sábados por la mañana. Nos molesta enormemente hacer cinco minutos de cola. Nuestras casas están atestadas de aparatos eléctricos: aire acondicionado (varias máquinas), televisiones (también varias), ordenadores (por supuesto varios), tablets, lavavajillas, horno, lavadora, neveras, microondas, etc. Discutimos si un equipo ganará la Liga o la Champions, si un jugador es mejor que otro, si un entrenador es peor que otro. Los políticos están presentes en nuestras vidas como si fuera “el pan nuestro de cada día”, que dirían los del Vaticano. 

Vivimos rodeados de miles de imputs que nos llevan a actuar de una manera determinada. Son tantos, que forman una corriente devoradora que nos atrapa y de la que no podemos salir. Pero aún hay esperanza y lo vemos cuando paseamos por un bosque y nuestros ojos, felices de ver lo que ven, miran de otra forma; o cuando olemos la tierra húmeda después de llover y sentimos una agradable sensación, más cercana a nosotros de lo que nos creemos. Somos naturaleza, no lo olvidemos. El hombre debe encaminarse hacia lo natural y contrariamente caminamos, de forma innecesaria, en sentido contrario. Quizá nuestra civilización piense, debido a su vanidad, que vivirá eternamente. Tal vez, en el futuro, tengamos delante un robot y al mirar directamente a sus ojos galvánicos no podamos diferenciar si es un hombre o un puñado de cables, debido a esa corriente invasora y antinatural en la que vivimos constantemente y que poco a poco nos va cegando. O lo que sería peor aún, quizá llegue el día que prefiramos esa mirada galvánica a la de un ser humano. Entonces, estaremos perdidos.

martes, 2 de febrero de 2016

NOMBRES INMISERICORDES

El nombre es importante. Es la manera más rápida de identificar a alguien o algo. El nombre es tan importante, que en algunas ocasiones ha servido para definir un determinado objeto, una enfermedad o una actitud, o incluso, toda una época de la historia. La Francia napoleónica, todavía tiene complejo de Edipo, sus actos son maquiavélicos o el espectáculo fue dantesco, son algunos ejemplos. En estos casos el nombre se ha magnificado por su relevancia social, pero no olvidemos, que cualquier nombre está ligado a una serie definiciones que a todos nos asaltan nada más oírlo. Manuel tendrá un significado diferente para el que conozca un Manuel en el trabajo y sea un joven que acaba de entrar y anda perdido aún, o sea el jefe cascarrabias y soberbio de toda la vida. Imagínense para la mujer que tiene un jefe así llamado Manuel y, por esas casualidades de la vida, su marido también se llama Manuel. El batido bicefálico debe ser preocupante. Creo que, llegado un momento dado, tendría que decidir.

Si recibes una llamada de una mujer que se llama Margarita y tiene una voz delicada, es diferente a descolgar el teléfono y escuchar un vozarrón de un señor que dice llamarse Ramón. Si caminas por la calle Laurel, es muy diferente a pasear por la calle Infierno, aun siendo las dos arquitectónicamente muy parecidas. Por cierto, la calle Laurel de Logroño es un ejemplo real, recomiendo encarecidamente una visita. Lo mismo ocurriría con el monumento a la Víbora o la escultura a las Mariposas. 

Todos los nombres llevan a sus espaldas una serie de connotaciones. Si por un casual, caminando por Roma o por Nápoles, me encuentro con la avenida Mussolini me llevaría una sorpresa mayúscula. Esa avenida pasaría a ser un lugar oscuro e infecto, y los responsables de nombrar esa avenida con ese nombre pasarían ser unos indeseables, de la misma forma que las personas que pueden cambiar ese nombre y no quieren hacerlo o tanto les da. No me imagino pasear por Berlín o por un pintoresco pueblo de Baviera y encontrarme con la calle Goebbels, mano derecha de Hitler. O pasear por Valparaiso o Constitución y encontrarme un monumento a Pinochet. El caso es peculiar, lo que parece lógico en el extranjero, aquí no lo es. En España es relativamente corriente encontrar calles, plazas y monumentos en honor a algún personaje relevante de la dictadura franquista. Avenidas del Generalísimo deben de haber a cientos. Yo conozco unas cuantas. Lo mismo ocurre con un tal Primo de Rivera. Monumentos a “héroes” franquistas se erigen tranquilamente en plazas y paseos. Es difícil entender la cerrazón de algunos políticos conservadores. Su deseo manifiesto de mantener el recuerdo público de personas que pertenecieron activamente a un régimen militar dictatorial va más allá de lo racional. Si uno quiere adornar su casa con un cuadro de dos por dos con la cara de Franco porque le satisface o le genera unos recuerdos emotivos de otra época dorada a su entender, pues adelante, que lo haga, pero que lo haga en privado. Como si quiere tatuarse en el glúteo el águila con las flechas. De ninguna manera es ético, ni moral, ni lícito mantener nombres en calles o plazas, exponer monumentos o enarbolar, de algún modo, una dictadura y unos personajes que fueron los responsables de casi cuatro décadas sangrientas y de privación de libertades.