jueves, 16 de mayo de 2013

EL ALCAZAR DEL ABUELO (PARTE 2)


Al fondo, a la izquierda del recibidor, estaba la cocina, grande, con una mesa para ocho o diez personas y una chimenea inmensa. Recuerdo también algún mueble sencillo, de esos con puertas color crema nacaradas y algún estante de vidrio donde había copas. Había una cocina de bombona de gas (las de color naranja que pesaban muchísimo), pero la abuela utilizaba más la chimenea grande para cocinar, cuestión de hábitos. La chimenea estaba abierta, no tenía paredes, era como si en una esquina de la cocina haces una salida de humos y pones en el techo dos paredes de ladrillo de un metro. En estas paredes siempre había colgado chorizos, morcillas, panceta, lomos y hasta jamones, todo de la matanza de uno de los cerdos que con tanta diligencia criaba el abuelo. Al fondo del recibidor, cerca de la puerta de la cocina, había una pequeña despensa que siempre estaba fresca, era como una cueva. En todo el cuerpo de la casa, en la parte de arriba estaba el "sobrao", que era la parte de arriba de la casa, muy bajita y con suelo de madera, aquí los abuelos guardaban sacos de trigo y cosas así. Por supuesto había un gato, pero era un gato libre, se llamaba Lucio y entraba y salía a su antojo. Comía lo mismo que un perro, era un felino en toda regla, de color gris y blanco. Creo que él se sentía de esta casa y nosotros así lo veíamos. Una pequeña puerta entre la "habitación grade" de mis padres y la entrada a casa, nos conducía al huerto de la parte de atrás. Para llegar al huerto había que atravesar un pasillo estrecho en el que había un grifo con un palancana que hacía las funciones de lavabo y una especie de ducha que dejaba caer el agua directamente al suelo. Al final de este pasillo llegabas al huerto, había plantado de todo, tomates, cebollas, repollos, etc. Desde el huerto podíamos ver al horizonte la Marofa, una montaña situada en tierras portuguesas, era como un punto cardinal.

Este era mi "alcazar" de verano, el reino de mis abuelos. Aquí nos trasladábamos no sólo de lugar, sino de tiempo, nuestras vidas retrocedían cuarenta años de golpe, todo era más natural, más instintivo. Recuerdo a mi abuelo, trabajador, risueño, ilusionado, con proyectos de futuro. Un señor, a pesar de su apariencia campechana. Cuando falleció yo tenía ocho años, su muerte no fue significativa para mi entonces, pero gracias a él tengo estos recuerdos, estas vivencias, estos sueños.

No hay comentarios:

Publicar un comentario