viernes, 10 de mayo de 2013

EL ALCAZAR DEL ABUELO (PARTE 1)


Cuando era un niño y llegaba el verano, me trasladaba con mis padres de la gran ciudad al pueblo, un pequeño pueblo de 200 habitantes que en verano podía llegar a 1000. 

Tengo un dulce recuerdo de esa época. En el pueblo comenzaba una aventura de casi dos meses donde tu vida cambiaba por completo. El cuarto de baño oficial era al boíl (la cuadra, era la habitación de los burros, cerdos y el ganado en general), a veces aquí había vacas. Era tan grande como la casa, hasta tenía un patio descubierto, aquí se guardaba todo lo relacionado con los animales y los aperos de labranza, estaba situado enfrente de casa. Por entonces, el medio de transporte eran los dos burros que tenía mi abuelo o una pequeña y destartalada bici que estaba tirada durante todo el invierno en el boíl, sin ningún tipo de protección, lo que hacía que cada verano, para volver a utilizarla casi había que restaurarla.

Nada más entrar en casa, por unas grandes puertas metálicas, te encontrabas el patio. En el patio se hacía mucha vida, se sacaban la sillas y se pasaban las horas muertas tranquilamente o charlando con los vecinos que frecuentemente se acercaban. La lagareta (construcción de cuatro paredes de piedra de un metro de alto más o menos, donde se echaba la uva, se pisaba y por una pequeña salida que tenía, se recogía el mosto para fermentarlo) estaba situada en una esquina del patio. Pegada a la lagareta había una escalera de piedra que subía a la parte de arriba, a una especie de boardilla que no se usaba para nada en concreto. El patio era como el centro de la casa. Una de las paredes del patio, la de enfrente, la ocupaba la "habitación grande", que era donde dormían mis padres. En la pared de la izquierda del patio estaba la entrada a una cuadra, donde el abuelo en una parte tenía los cerdos y en otra dos tinajas de barro tan altas como una persona, donde fermentaba el vino. En otro de los costados del patio, la parte derecha según entras, estaba la puerta de entrada a casa que daba al "recibidor", tan grande o más que el salón. A la derecha del recibidor estaba el comedor, siempre lo recuerdo muy oscuro, al que estaban unidas dos habitaciones pequeñas que tenían cortina en vez de puerta, de hecho no tenían ni los tabiques de la puertas. En cada una de estas habitaciones había un pequeña cama. A la izquierda del recibidor había otra habitación, la de los abuelos, tenía una pequeña ventana que daba a la parte de atrás de la casa, donde había un huerto con un pozo y una ciruelera grandísima, que daba unas monumentales ciruelas jugosas y amarillas, que nos comíamos como si fuera un manjar cuando conseguíamos que no las picotearan los pájaros.

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