martes, 7 de junio de 2016

LOS TOROS

Recuerdo a mi abuela, en las tardes estivales de esta época del año, emocionada por la emisión de una corrida de toros en TVE. Ella, que tantas veces me ha enseñado a comprender los avatares de la vida gracias a su efigie como eje generacional, era una aficionada a los toros. Vivió cien años, nació a principios del siglo pasado y vio desfilar, ante su “anestesiada” mirada de damnificada, todas las barbaridades imaginables que el ser humano es capaz de ejecutar con extrema vileza. En su larga vida coincidieron tres guerras, la Guerra Civil española le cogió de lleno y las dos Guerras Mundiales de doloroso y cercano refilón, más una lacerante posguerra dictatorial. La mayor parte de su vida se vio envuelta en un ejercicio de supervivencia magistral. Una situación que la mayoría de nosotros no podemos ni imaginar. Quizá para ella la violenta y sangrienta forma de tratar a un toro en una corrida era una nimiedad, algo en lo que desahogarse. Eran otros tiempos más convulsos y feroces, la gente estaba acostumbrada a la barbarie, su ojos estaban “anestesiados” ante la crueldad.  Ahora las cosas se hablan, se analizan, se consulta a los entendidos y estudiosos en la materia correspondiente y se sacan conclusiones que satisfagan y beneficien a todos o, al menos, a la mayoría. Así debe ser, pero parece que aún tenemos rancios mandatarios que actúan como antaño, e insensatos o vehementes que continúan permitiendo esa reaccionaria actuación con sus votos.


Por suerte para nosotros en el año 2016 vivimos en una sociedad pacífica y democrática donde se respetan y se hacen respetar las leyes. Tras los mejores cuarenta años de desarrollo social y económico que ha vivido nuestro país en toda su historia (mal que le pese a algunos), la percepción sensorial y emocional ante una escaramuza como la de una corrida de toros ha cambiado. ¡Y menos mal que ha cambiado! Lo extraño sería lo contrario, que todos viéramos con buenos y “anestesiados” ojos semejante carnicería. Este cambio de actitud es una muestra evidente de que nuestra sociedad también ha evolucionado humanamente. Solo los retrógrados son incapaces de verlo y, unos por su visión “anestesiada” y otros por su arrogante ineptitud, continúan deseosos de sangre en los ruedos.

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