martes, 17 de noviembre de 2015

LA LLAMADA DE LA VIOLENCIA

En tiempos de guerra los psicópatas asesinos campan a sus anchas. Se podría decir han encontrado la excusa perfecta para satisfacer su inclinación a la violencia, inclinación perversa y despiadada que nunca se sacia, y menos aún si existe la clara posibilidad de seguir matando. Es como una viña en agosto para una bandada de estorninos. Estas personas de inclinación perversa lo pasan mal en tiempos de paz. Supongo que se desfogan como pueden, pero a veces se les va la mano y terminan matando. Llegados a un cierto límite, supongo que variable en función de cada persona y las circunstancias que lo rodean, sienten la imperiosa necesidad de satisfacer su oscura inclinación. 

Es muy posible que muchos de los que se apuntan a las filas de grupos terroristas, como los islamistas tan en boca de todos actualmente, tengan una inclinación a matar tan incubada en su propio ser que son incapaces inhibirse ante la posibilidad de satisfacer su sangriento apetito. Es como si sintieran la llamada de la violencia, y no hay mayor violencia que matar a prójimo. Si se facilita como hacerlo, los medios, y se urde un motivo, la mentira, tendrás un ejercito de psicópatas asesinos capaces de todo por satisfacer su pérfida inclinación. Esta es la raíz, el por qué es lo de menos, por una patria o por un dios, que más da. 

Es difícil aceptar que haya personas así. A nuestra sociedad dulcificada le cuesta mucho aceptarlo, o no quiere o cierra los ojos ante esta malvada inclinación. Somos civilizados, hemos evolucionado socialmente en el último siglo como nunca antes había sucedido, la democracia y los derechos humanos nos rodean, pero también somos violentos, asesinos, exterminadores y mil palabras más que no queremos ni oír. Es más, estos adjetivos indeseables vienen de lejos, los otros, los buenos, son más recientes. La historia pasada y, lamentablemente, la presente lo confirma. Guerras por poder, guerras por dinero, guerras por religión, guerras por odio, guerras porque somos así. Los que no somos violentos, o eso creemos, no podemos asumir que matar sea un acto común. Al menos lo ha sido durante toda la historia de la humanidad, en tiempos pretéritos en mayor grado o más extendido o globalizado. En la actualidad existen remansos de paz que otros quieren violentar. Matar es una acto que se repite una y otra vez, unas veces de manera fortuita y otras provocada. Si ni siquiera aceptamos la muerte natural, parece imposible aceptar que matar forma parte del hombre, al menos de algunos. El problema reside en que los que desean matar y matan sean demasiados. Pero el verdadero dilema, bajo mi punto de vista, es si los que no matamos para satisfacer una inclinación perversa, podemos llegar matar con la misma facilidad y asumir como nuestra esa inclinación homicida. Es posible que en determinadas circunstancias la gran mayoría de las personas se vuelva violenta y desee la muerte del supuesto ”enemigo”. Antes de acabar con la vida de alguien hay que alimentar y crear ese oscuro deseo en nuestro interior. ¿Qué tiene que suceder para que una persona, o un grupo de personas, ambicionen masacrar a otras? ¿Qué se puede hacer para evitar que alguien tenga semejantes anhelos letales? Estas son las preguntas clave.

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