martes, 10 de noviembre de 2015

CON UN DÍA BASTA

Hoy es 10 de noviembre de 2015. El despertador ha sonado a la hora de siempre, las 7:30, pero resulta que ya estaba despierto. La causa: el pequeño que ha venido a la cama de los “papis” antes de tiempo, veinte minutos antes de que sonara el despertador. Hemos retozado con él, una criatura de dos años da para mucho retoce, un goce cándido y puro. En cuanto ha sonado el despertador nos hemos levantado todos. Comienza un nuevo día. Subo la persiana, el sol de un otoño suave ya empieza a despuntar, los primeros rayos mañaneros se cuelan por la ventana. El pequeño canta una canción que no entendemos, en su idioma, solo se entienden palabras sueltas. Mientras mi mujer se ducha y se arregla para ir a trabajar, yo me encargo del pequeño, le pongo Mikey Mouse y le preparo el desayuno. En ese intervalo se levanta el mayor (bueno, tampoco tan mayor, cinco años) somnoliento pero ya con una energía vital apoteósica. Me da un abrazo y mil besos. También le preparo el desayuno. Con estas llega el abuelo, él se hará cargo del pequeño, de llevarlo a la guardería (le gusta ir, se lo pasa bien con sus mini compañeros) y de recogerlo, qué haríamos sin ellos. En estas, mi mujer sale de la ducha y entro yo. Al poco salgo y me visto, en diez minutos tengo que llevar al mayor al colegio. Los niños terminan de desayunar, mi mujer se marcha, besos para todos y que vagi bé. Le espera un día arduo de trabajo, pero le gusta, trabaja en Sanidad, a pesar de los recortes va contenta a trabajar, es una verdadera profesional, diría que vocacional. Muchas veces me ha expresado su satisfacción al ver como un enfermo vuelve a la normalidad gracias a ella. Visto al mayor, besos al avi y al pequeño y salimos. Montamos en la bici, lo llevo a su colegio, no está lejos, pero a él le gusta montar en la “bici de papá”. Cada segundo de su vida es un divertimiento, tendríamos que aprender de esta actitud ante la vida. Llegamos, se queda contento, ya tiene su grupo de amiguitos. Subo a la bicicleta y me dirijo a mi trabajo. El frescor de la mañana es muy agradable, no hace frío, el sol vespertino ilumina el fantástico cielo azul mediterráneo. Paso delante de la frutería de los indios (de la India) y me paro a comprar naranjas, tienen buen aspecto y el precio está bien. Suelo comprar fruta aquí, la regentan dos chicos jóvenes que vinieron a España en busca de una oportunidad. Los dos son ingenieros químicos y ante la imposibilidad de encontrar trabajo de lo suyo han montado la frutería. No sé si les va bien o no, espero que sí, diría que son buena gente, amables, educados. Sigo mi camino al trabajo. Me encanta ir en bicicleta, el aire rozando mi cara, la percepción de ligereza, casi de volar. Llego a la Diagonal, semáforo en rojo. Pasan cientos de coches por segundo. Las aceras repletas de gente atareada, supongo que la mayoría va al trabajo. En el semáforo dos chicas jóvenes hablan sobre la serie Juego de tronos, dos hombre adultos y trajeados hablan de una tal Matilde, no sé quien es desde luego, pero debe ser una mujer que los trae de cabeza, la alaban voluptuosamente. Un grupo de jóvenes pasa haciendo footing en grupo. El semáforo se abre para los peatones, cientos de automóviles se detienen, paso raudo con mi bicicleta, miro a la izquierda y veo el pirulo a lo lejos, el cielo cada vez más luminoso. Me meto en un carril bici que me lleva hasta mi trabajo. En cinco minutos llego. Entro en la editorial y saludo a mi compañeros, comienza un día de faena. Ojeo rápidamente los periódicos por internet, solo se habla de política, el desencuentro y la irracionalidad pueblan los titulares. Me sumerjo en mi trabajo hasta la hora del café. Comentarios típicos y jocosos con la gente de la editorial, hay buen ambiente. Siempre existe la voz discordante, dos compañeros discuten acaloradamente sobre política y banderas. Valientes ignorantes, parece que no saben donde pisan, algunos no quieren ni mirar. No hay peor ciego que el que no quiere ver. Llega la hora de comer y vuelvo a mi casa en bicicleta, son diez minutos. Preparo la ensalada, los canelones y la copa de vino, una manzana de postre. Mientras como pongo la televisión, más noticias disparatadas y envenenadas, lastima de políticos, parece que sobran en el mundo, cuanto patriota (uff, urticaria). Vuelvo al trabajo, otro paseito de diez minutos en bici. Sensación casi de felicidad, si es que alguien sabe lo que es eso. El sol, el aire cálido, la vida misma que me rodea. Llego al trabajo, tres horas y se acabó por hoy. Vuelta a casa, otro paseito feliz en bici. Antes de llegar a casa me cruzo con mi mujer y los niños, al verme se tiran encima de mí. Recibo abrazos y besos infantiles, después los de mi mujer. Vamos al super, al Consum, está cerca de casa. Compramos alimentos, bebida y productos de limpieza. Los niños piden un huevo Kinder como si fuera el summun. Deseo concedido. Hoy hemos comprado carne en la carnicería, una gallega rechoncha nos atiende, los productos que vende son buenos y el trato espectacular. A la salida hay un hombre mayor, delgado, pidiendo dinero, parece extranjero. Un euro para él, que menos. En las escaleras de casa nos encontramos a la vecina de arriba, una mujer con una sonrisa permanente, saludos, qué niños más guapos. Llegamos casa, hora de la ducha para los niños. Otra fiesta, el agua saltando en todas direcciones. Después unas carreras por el pasillo con los pequeños, qué energía. Ahora toca jugar con los Lego, es su juego preferido últimamente. Hora de la cena, se lo comen todo, los padres también. En la televisión Tom y Jerry, fantástico. Se va acercando la hora de dormir, hay que lavar los dientes, cuatro cepillos cepillando. Muchos besos y más besos para dar las buenas noches. La mamá con el pequeño, el papá con el grande que ahora le ha dado por los delfines, su clase llama así, “delfines”. Tenemos varios cuentos de delfines, los leemos y se duerme. Es un ángel, cuanta pureza y cuanta vida. Una vez dormidos los niños ponemos la televisión, mejor apagarla, las noticias de política invaden todos los canales y la verdad, parece una película plagada de personajes vanidosos y soberbios, más banderas. Ponemos diez minutos Crónicas carnívoras, un programa divertido y sin prejuicios, no parece gran cosa, pero tiene ese punto de hilaridad, desparpajo y gracejo tan ausente en nuestra sociedad, al menos en la llamada clase dirigente. Nos vamos a la cama, leo unas páginas de Foster Wallace (genial) y casi sin darme de cuenta me quedo dormido.

Con un día basta para darse cuenta de quién sobra, quién tiene que cambiar o quién emponzoña la vida de la gente corriente. La respuesta es los políticos.

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