martes, 22 de abril de 2014

VIAJE AL ABADENGO (I)


La semana pasada he vuelto a reincidir, el Abadengo ha vuelto a ser mi morada embrujada durante unos días. Coincidiendo con la Semana Santa, los cielos anchos e infinitos de estas tierras han sido mi bóveda azul inmaculada y pura, moteada de blanco por cirros y cúmulos flotantes. Tras largos años de exploración, no he encontrado otro lienzo tan maravilloso para pintar la vida. 

Aquí las carrascas, escobas y zarzales son los amos del prado. Los riachuelos fluyen cabalmente en cualquier vaguada que forma el terreno ondulado. Las fuentes estas desbordadas y el cruac de las ranas es su música natural. El campo está verde, alegre. El abundante regajo es nuestra ensalada de cada día. En las Arribes del Duero la vida salta a borbotones. Los pardales, las cotovías, las golondrinas, los vencejos y el águila dominan las alturas, también las tórtolas, palomas y perdices, pero menos visibles por ser piezas de caza, al igual que los conejos y liebres. Si las vacas, ovejas o cerdos pudieran elegir su hogar, escogerían éste, los que veo campeando están felices, como dice el tío Quico "tienen un pelaje que da gloria verlos".

Los habitantes más comunes de esta región parecen sacados de la prosa de Miguel Delibes, de hecho creo que El Nini, El Ratero, Daniel el Mochuelo, Paco el bajo, Azarías o Carmen, la mujer de Mario, todavía viven aquí, encerrados en esa pequeña esfera que forma esta región y que ha conseguido detener el tiempo. Paseando por sus vetustos parajes nos podemos encontrar con los cachetes, dos hermanos octogenarios que viven juntos, duermen en un camastro de paja y usan una cuerda como cinturón. El año pasado probaron por primera vez en su vida los flanes, se maravillaron del sabor. Afirman con vehemencia que el mejor alimento del mundo es el queso, pues cuando vas al campo (a llevar las ovejas u otro menester), puedes dejar una pieza escondida entre piedras y diez días después, cuando vuelvas a ese lugar, si tienes hambre te puedes comer ese queso porque se encuentra en perfectas condiciones… También está Blas mamón, un personaje que va pregonando con satisfacción que se salvó de "la mili" porque lo "devolvieron" por no llegar al límite mínimo de entendimiento… O Antonio pindango, un cincuentón obstinado, macilento e impulsivo que tiene un quiste de cuatro kilos en forma de bulto prominente en el estómago y ni siquiera se ha planteado ir al médico. Y Mercedes la peseta, enérgica, enjuta y pizpireta setentona, capaz de ligar con cualquier hombre joven que mantenga más de cuatro frases con ella y esto lo digo de buena tinta…

Por estas tierras del Abadengo tan pintorescas, tan saludables, he pasado unos días, una vez más, inolvidables.

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