martes, 4 de octubre de 2016

UVAS AMARGAS

Todo el que ha visitado el Museo del Prado se habrá cruzado con alguna persona, pincel en mano, copiando detenidamente un lienzo. Caballete y tela frente a la majestuosa obra. Mirada limpia, manos que hablan, pulso de gavilán. Olor a óleo. Concentración máxima a pesar de los curiosos visitantes que se preocupan más de como va quedando la copia que de la obra original. Son verdaderos artistas que sienten la atracción de la pintura. Trabajan por encargo. No sé lo que cobrarán, pero creo que el precio está justificado. Es más, ¿quién puede asegurar que la obra original colgada en la pared no es también una copia? Nadie. Al menos nadie del los visitantes comunes, que son la inmensa mayoría. Y en este caso no hablaríamos de copias, sino de falsificaciones. La finalidad es la única diferencia, y esta diferencia es muy sutil y, según las circunstancias, muy atrayente. 

Recientemente se ha estrenado en el canal Arte un interesante documental titulado Uvas amargas. Nos cuenta la historia de Rudy Kurniawan, un copista que no pudo resistir la atracción y se rindió a las debilidades humanas. Lo curioso del caso es que no se trataba de copiar (falsificar en su caso) notables obras de arte, sino de vinos. 

De todos es conocido el escalofriante precio que alcanzan algunas botellas de vino, sobre todo esas que están cubiertas de polvo y telarañas. Ese tipo vino era la víctima principal de Rudy Kurniawan. Desde su casa de Arcadia (California) se dedicaba en cuerpo y alma a estos menesteres para satisfacer la vanidad de los coleccionistas y esnobs del vino. Los grandes vinos franceses de Burdeos y Borgoña eran su objetivo. El problema para Rudy Kurniawan con este tipo de vinos, y la solución para los investigadores, es que en realidad se beben muy pocos, ya que la mayoría de las personas que adquieren un vino de estas características lo quiere para coleccionarlo o guardarlo como inversión. En realidad hay muy pocas personas que los puedan reconocer al catarlos.

En 2007 se consideraba que Rudy Kurniawan era el dueño de la mayor y mejor bodega privada del mundo. Gastaba grandes cantidades de dinero en la compra de botellas en subastas, en las que se podía llegar a gastar hasta un millón de dólares. Una vez creada su propia imagen de gran coleccionista pasó a comerciar con vinos y a organizar selectas catas y subastas. Se calcula que llegó a vender casi 2,5 millones de dólares solo en falso vino de Borgoña. Eran los años locos de Silicon Valley, gente con más dinero que buen gusto. El problema surgió cuando empezaron a aparecer más botellas de las que se habían producido de una determinada añada o salían a subasta botellas de añadas de un vino que ni siquiera se había producido. La codicia lo había atrapado por completo. Aparecieron botellas de Clos Saint Denis del Domaine Ponsot, de las cosechas entre 1945 y 1971. Laurent Ponsot, el jefe de la casa, lo encontró sorprendente, ya que su familia no se inició en la elaboración de vino hasta 1982. Así que se puso a investigar. Paralelamente, Bill Koch un coleccionista encontró varias botellas que le había comprado a Rudy Kurniawan que resultaron ser falsas. Interpuso una demanda. Eso alertó a los expertos en la autentificación de vino que extremaron las precauciones. Al final, el FBI se involucró y en marzo de 2012, irrumpió en casa de Rudy Kurniawan donde encontró etiquetas falsas, tapones y botellas vacías, así como pinot noir de Napa con las que rellenaba la botellas. La pinot noir es también la uva con el que se hacen los Borgoña.

Nuestro copista de vinos fue juzgado y condenado a 10 años de prisión, por cometer el mayor fraude que el mundo del vino ha conocido jamás. Pero la pregunta es, ¿cuántos Rudy Kurniawan circularán aún por el mundo dando satisfacción a su propia codicia y la de sus compradores?

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