martes, 12 de abril de 2016

LA NACIÓN, LA NUEVA RELIGIÓN

La diferencia entre Estado y nación radica en que el Estado es una estructura político administrativa que controla un territorio y a sus habitantes, implanta unas normas de convivencia y tiene la capacidad y la autoridad para hacerlas cumplir. En cambio, nación es un elemento abstracto que justifica la existencia del Estado. Algo imaginario que reside en nuestras mentes y al que se supone que pertenecemos porque formamos una comunidad cultural (compartimos costumbres, una lengua común, modo de vida…) y el hecho de pertenecer a ese sujeto imaginario, legitima la existencia del estado. Nada más lejos de la realidad, la convivencia humana va mucho más allá de la nación, de esa supuesta comunidad cultural. 

Las naciones no existen, son una invención, igual que los dioses. En la Roma antigua los dioses eran verdaderos para el pueblo, falsos para los ilustrados (filósofos) y útiles para los políticos. En la actualidad, los dioses se han convertido en naciones y continuamos igual. La plebe cree en las naciones (algunos ciegamente), los eruditos las rechazan y los políticos se valen de ellas para sus intereses. Una de las principales funciones de la religión es la identitaria, por eso es comparable a la nación. Supuestamente te da una identidad, te dice quién eres y te da autoestima. Igual que durante muchos años el ser humano se ha matado por las religiones, en los últimos siglos lo ha hecho por ese pensamiento único llamado nación. Esto nos llevó a las atrocidades de las dos guerras mundiales y de los fascismos.

Por suerte, en Europa estamos intentando crear una estructura por encima de los Estados y las naciones. No es una tarea fácil y todavía tiene que mejorar en muchos aspectos. El Parlamento Europeo tiene que ser la verdadera expresión de la soberanía europea, porque en cuanto surge algún problema la gente vuelve a sus viejos nacionalismos. De cualquier forma, lo importante es tener la voluntad de crear un espacio común, donde los factores de origen se combinen renunciando a identidades intermedias e imaginarias, como las naciones, y donde nuestros derechos los tenemos por ser ciudadano y no por ser mujer o católico o cualquier otra cosa. Un lugar donde todos los ciudadanos tenemos los mismos derechos, basados en unas normas de convivencia comunes que debemos respetar, y da igual tu lengua, tu consanguinidad o tu religión. 

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