martes, 8 de marzo de 2016

¿PROGRESO?

Nos encontramos inmersos en una época de retroceso. Progreso no significa tener el último modelo de iPhone o el coche con GPS incorporado. Progreso significa vivir con mayor calidad de vida, y contrariamente, estamos perdiendo lo que habíamos ganado en bienestar social. Desde la Revolución Industrial el hombre ha mejorado su calidad de vida sustancialmente. Las jornadas laborales se han reducido, los salarios han aumentado, las actividades culturales y lúdicas se han extendido a la masa social, la medicina ha llegado a toda la población, igual que la educación básica y universitaria, la dieta equilibrada y variada se ha convertido en algo normal y al alcance de todo el mundo. Estos pequeños progresos sociales mejoraron nuestras vidas sustancialmente, y son justamente estos progresos —ya no tan pequeños, ahora que vemos con desesperación e impotencia como los estamos perdiendo—, los que diezman nuestra calidad de vida. Los únicos que no lo ven tan mal o les parece necesario, son los que no padecen dicho retroceso, es más, curiosamente progresan aprovechándose del retroceso de la gran mayoría.

El trabajo ya consume demasiada parte de nuestras vidas, pero puede que para la próxima generación consuma más aún. La edad para recibir la pensión de jubilación en España se incrementará hasta los 67 años dentro de poco y, según vaticinan algunos expertos, los jóvenes afortunados que están entrando ahora en el mundo laboral podrían tener que esperar a tener 70 años, o más, para recibir una pensión. Una consecuencia inevitable del aumento de la esperanza de vida, dicen. Pero sin duda un regalo de progreso debería ser dar más años de salud y de tranquilidad, y no menos. Los estudios realizados por diferentes especialistas en la materia indican que la cosa irá a peor. Los asalariados corrientes que comiencen a ahorrar dinero para la jubilación desde la improbable edad de 22 años tendrán que trabajar hasta los 75, si quieren disfrutar de la misma calidad de vida que tuvieron sus padres en su jubilación. En algunos lugares de España, esa edad mágica podría ser de hasta 80 años. Casi sesenta años de trabajo ininterrumpido, de ser sirviente de los demás, de una libertad personal restringida y regulada. Alguien se imagina cumplir 60 años y darte cuenta de que aún te quedan otros veinte años.

Deberíamos aspirar a una vida más equilibrada. Tras un periodo de nuestra vida contribuyendo al estado tendrían que venir décadas de turismo por el mundo, cuidar a los nietos, mirar temporadas completas de series y pasar tiempo de calidad con nuestras parejas. ¿Quién se imagina a septuagenarios aferrados a sus mesas delante de un ordenador en la oficina o practicando operaciones cerebrales en el quirófano o colocando estantes de verduras en los supermercados? ¡Son imágenes escalofriantes! Además, ¿querrán siquiera las empresas emplear a trabajadores tan viejos? Ya trabajamos demasiado. Jornadas de cuarenta horas semanales y eso sin contar las horas extra no remuneradas tan comunes en el mundo laboral. Los trabajadores españoles están entre los que tienen jornadas más largas de toda Europa, los que salen peor parados en esta clasificación son los trabajadores del Reino Unido. No es ninguna sorpresa que en año pasado se perdieran millones de días de trabajo por estrés, depresión o ansiedad, aunque sospecho que muchos sufren en silencio. Sin duda es el momento de invertir mejor el tiempo, de devolver las horas robadas a ver crecer a los hijos, a cultivar nuevas aficiones, a ampliar los horizontes culturales o simplemente a ponerse al día con el sueño.

¿Deberíamos rendirnos ante un futuro desalentador en el que el trabajo devore incluso nuestra tercera edad? No hay duda de que tendríamos que empezar a planear un mundo en el que trabajemos menos y no más, sin perder un ápice del progreso social alcanzado y poniendo las miras en mejorarlo. Es exactamente eso lo que el convincente libro Inventando el futuro, de Nick Srnicek y Alex Williams, nos pide hacer. En el centro de su visión hay una sociedad en la que nuestras vidas ya no solo giran en torno al trabajo. Señalan que el empleo representa la pérdida de nuestra autonomía, en la que estamos bajo el control de los jefes y de las empresas: "todo un tercio de nuestra vida adulta se dedica a la sumisión a ellos". Su alternativa no es la pereza: leer o hacer deporte requiere esfuerzos, "pero son cosas que hacemos con libertad". Cuando trabajamos menos, nuestras vidas pasan a ser nuestras.

No solo es que las tasas de desempleo e inactividad son mayores de lo que eran antes, sino que el trabajo se ha vuelto más precario, con contratos de cero horas,  salarios que no permiten cubrir las necesidades básicas, autoempleo inseguro y trabajo a tiempo parcial indeseado. Como explican Srnicek y Williams, tener grandes cantidades de personas sin un trabajo seguro ayuda a mantener a raya a quienes tienen un empleo. Creen que la tendencia lleva con seguridad a más trabajo precario.


Durante mucho tiempo, la izquierda ha dejado de pensar en cómo construir un tipo de sociedad diferente. Sabemos de qué estamos en contra, pero no de qué a favor, nos manipulan para ver normal lo precario. Una nueva derecha repleta de intereses ha conspirado con la reducción del poder del sindicalismo y otras formas de solidaridad colectiva para que sea más difícil imaginar la construcción de un tipo de sociedad diferente. En definitiva, un modelo de globalización controlado por los poderosos que parece poner límites estrictos a lo que puede hacer el Estado. Es reconfortante oír alternativas como el manifiesto para el cambio de Srnicek y Williams. Se seguirá creando riqueza gracias un ejército de máquinas controladas por los hombres, solo hay que tener la voluntad de repartirla equitativamente y continuar mejorando en nuestra calidad de vida.

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