martes, 10 de febrero de 2015

BUENA GENTE


Todavía me sorprende la honestidad, entrega y entusiasmo que algunas personas derrochan en su día a día. Por regla general estos tres atributos suelen ir juntos, el que se entrega a sus "que haceres" de manera honesta suele ser una persona entusiasta. En este mundo infectado de chorizos embusteros, abanderados y escudados por los suyos, parece un milagro encontrar todavía buena gente. Echas un vistazo a los titulares de diferentes periódicos, cada día más descarados y cínicos dentro de su ámbito político, o a las noticias que proclaman a los cuatro vientos las cadenas de televisión, ídem que los periódicos, y parece mentira que exista en el planeta Tierra buena gente. Es más, al contrario de lo que se pueda creer, me atrevería decir que la gente buena es mayoría, a pesar del ruido antisocial que acribilla constantemente nuestros oídos. Ese ruido venenoso que entra sigilosamente por la cavidad auditiva sin reventar el tímpano y va invadiendo nuestra débil estructura celular hasta infectarla como si estuviéramos inmersos en un mar de arsénico que a todos nos humedece por igual. A poco que se preste atención llegaremos a una conclusión contraria. En cualquier ámbito social, ya sea hogareño o laboral, festivo o trágico, en definitiva, en cualquier relación interpersonal, podemos encontrar buena gente.

Al entrar en un hospital, por ejemplo, rápidamente ves de qué "palo" va cada uno, como se posicionan las piezas de ajedrez en el tablero, cada una ocupando su espacio y haciendo frente a las otras o relativizando el entorno y conviviendo con armonía. En la espera típica observas y deduces que ese micromundo es un reflejo perfecto de nuestra sociedad. En la recepción, por el trato, el tono al hablar, los gestos y miradas al dirigirse a los pacientes, se puede apreciar en pocos minutos los rasgos principales de esas personas. Lo mismo ocurre con el resto de personal del hospital, pasa una doctora, un enfermero, un celador…, unos siguen su camino con tranquilidad, otros con prisas, otros con desaire…, los hay que se paran y gesticulan, hablan, ordenan, sonríen, resoplan, cada uno con su personalidad, sus manías, sus obsesiones. Tras los veinte o treinta minutos de rigor te haces una pequeña composición de las personas que forman ese micromundo. Los hay altivos, groseros, desdeñosos, pero también amables, simpáticos y humanos, los hay de todos los colores y sabores. En esa espera siempre encuentras esa alma honesta y entregada, paciente y solícita con los demás, capaz de ser fiel a sus sentimientos y convicciones, en dos palabras, buena gente. Por su prestancia otros la envidian y desean hundirla con todo su ahínco, les molesta que tenga buen carácter, que no se aproveche de los demás, que se dedique a lo suyo de manera loable; les molesta porque los que no son buena gente detestan estas acciones, quieren utilizar a los otros, se dedican a discutir y malmeter con frecuencia, y detestan las buenas acciones si no les reportan nada personal. Esto sucede en cualquier ámbito social, he puesto como ejemplo un hospital pero esto sucede en un banco, en un bar, en un mercado, en una fábrica y hasta en una iglesia, menudos son los clérigos, al menos los que yo conozco, claro que, habrá de todo en la viña del señor.

Lo que debería hacer un arquitecto, o un taxista, o un camarero, o un panadero, o un ministro, o un diseñador, o un médico, o un bibliotecario, o un profesor, o un piloto, o un escritor, o un carnicero, o un alcalde, o un agricultor, o un actor, o un alfarero, o cualquier persona en sus asuntos diarios; es hacer lo mejor que sepa y que pueda su trabajo con honestidad, entrega y entusiasmo. La integridad de un hombre se mide por su conducta, no por su profesión. Ya lo dijo Shakespeare, "ningún legado es tan rico como la honestidad".

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