miércoles, 25 de enero de 2017

DESPOJARSE LA PIEL

Sobre nuestras espaldas se van acumulando hechos, pensamientos y fricciones que nos van cegando. Pero a veces, casi sin darnos cuenta, somos capaces de evadirnos y volvemos a ver como veíamos cuando aún éramos libres, como en nuestra tierna infancia. Un efecto natural de la vida es cubrirse con una fina capa de… ¿qué?, ¿una película?, ¿un residuo de la piel de todas las cosas que has hecho, sido y dicho y en las que te has equivocado? Quién sabe. Pero el caso es que durante mucho tiempo nos cubrimos con esa capa y solo raramente lo sabemos, a menos que por un motivo o una oportunidad inesperados salgamos de ella, durante una hora o incluso un momento, y nos sintamos repentinamente bien. Y en ese mágico momento uno se da cuenta del tiempo que ha pasado desde que empezó a sentirse así. Se pregunta si habrá estado soñando o enfermo o ambas cosas a la vez. ¿Es la propia vida un sueño o un síndrome? ¿Quién sabe? Seguro que todos nos sentimos así alguna vez, no es algo exclusivo, cientos de miles de personas ya lo han sentido antes.

Solo después, súbitamente, uno se despoja de eso, de esa película, de esa piel de la vida, como cuando era pequeño. Y piensa: así debió de ser mi vida una vez, aunque entonces no lo supiera y tampoco lo recuerde realmente. Es una sensación de viento en las mejillas y en los brazos, de liberarse, de soltarse, de volar. Y como no ha sido así durante mucho tiempo, esta vez uno quiere prolongar ese momento resplandeciente, ese aire fresco, esa nueva vida, intentando preservar una sensación fugaz, porque quizá cuando vuelva ya sea demasiado tarde, o sea demasiado viejo y tal vez sea la última vez que uno sienta eso en su vida. Despojémonos de esa piel y, ¡a volar!

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