martes, 14 de octubre de 2014

BUÑUEL Y SU ÚLTIMO SUSPIRO

Decía Umbral que Luís Buñuel viene de esa veta española y rara que es la "sutil tosquedad", la tosquedad cultivada como una sutileza, veta en la que están Berceo, Sancho Panza, Galdós, Baroja y Cela de vez en cuando (cuando le conviene). Es como coser un botón con un clavo, el caso es que el botón queda bien cosido  y hasta hace bonito.

Las memorias de Buñuel escritas por él mismo, Mi último suspiro, nos descubren situaciones vitales del cineasta universal, uno de los grandes novelista del siglo XX, si se entiende novelista como inventor de historias, que ya es mucho entender.

Una vez, en Madrid, Dalí, Lorca y Buñuel se reunieron en el sótano de un café, donde Lorca quería leer a sus dos amigos, Amor de don Perlimplín con Belisa en su jardín. Lorca leía muy bien. Terminado el primer acto, Buñuel le dice:

-Déjalo, Federico. Es una mierda.

Federico les mira emblanquecido. Y Dalí:

-Tiene razón Buñuel. Es una mierda.

Así ha ido Luis Buñuel por la vida. Dalí y él hicieron El perro andaluz (el guión) en Figueras, en casa de Dalí. Sólo se trataba de ir inventando cosas por turno. Y sólo cuando una cosa les entusiasmaba a los dos, la metían en el guión. Los surrealistas franceses, pilotados por Breton, en seguida hicieron suya la película. Pero el guión se lo dio Buñuel a una revista no surrealista, y entonces, le formaron consejo de guerra en casa de Breton y le exigieron que fuera a la revista con un martillo a romper las planchas, porque aquello sólo podían publicarlo ellos. Así lo hizo Buñuel, pero la revista ya estaba tirada. Buñuel es el hombre directo que hace observaciones insólitas y evidentes como ésta, muy de esa veta de "sutil tosquedad":

-Lo que tenían los surrealistas es que eran todos muy guapos.

Buñuel amaba a su madre que había perdido totalmente la memoria, en Zaragoza, de modo que él podía entrar en el saloncito de casa cuantas veces quisiera, en el mismo día, que ella siempre le recibía como nuevo y recién llegado, muy contenta. Es lo que Breton hubiese llamado "el azar objetivo". Cuando uno es surrealista, le pasan cosas surrealistas hasta con su madre. En la legendaria Residencia de Estudiantes de Madrid, mientras los del 27 hacen diarios alardes de talento, Buñuel escala la fachada del edificio, para probar que está en forma. Dice que se ha pasado la vida echando pulsos por los bares a todo el mundo. Buñuel es el español que en seguida quiere irse de España, y se mira a sí mismo como meteco en París. En el clima violento de la América hispana se encuentra a gusto y en paz su natural violencia de hombre bueno. En la guerra civil española, llora al ver cómo desfila por Madrid un ejército de campesinos y armados con palos, espingardas y así. Por Buñuel nos enteramos de algo poco sabido: que Valle-Inclán quiso hacer una película. Buñuel tuvo asimismo el proyecto de realizar un filme con varios cuentos de Gómez de la Serna, a quien admira mucho, y cuando abandona el proyecto por otro más urgente (esto pasa mucho en el cine), Ramón se siente muy decepcionado. Eso que hemos salido perdiendo (o ganando) todos.

Luis Buñuel, uno de los últimos representantes de ese pintar acuarelas con una escoba, de esa sutil tosquedad o ruda sutileza que, en ocasiones, es España misma.


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