martes, 27 de mayo de 2014

ANHELOS PARA EL PORVENIR


Nos ilustra Miguel de Unamuno enunciando lo siguiente: "No hay más que un misterio hondo en la vida, y es el del tiempo. En entenderlo a derechas estriba la verdadera sabiduría".

El valor del tiempo cabe aplicarlo a la estimación y uso que hacemos del pasado histórico, de nuestra historia y del porvenir. La historia de un pueblo no tiene más valor que el de determinar su porvenir. No es siempre necesario derribar lo antiguo para erigir lo moderno, ni que haya que construir lo de mañana con las ruinas de lo de ayer, pero sí parece que entre nosotros ocurre con demasiada frecuencia que los cementerios roban sitio a las tierras que debían alimentar a los vivos. Los muertos se comen a los vivos, no se puede vivir del pasado, hay que fortalecer el porvenir.

Todo esto sugiere un espectáculo tristísimo del vaho, de ociosidad, de mentira, de supersticioso culto al pasado (culto supersticioso al que se junta la mala inteligencia de ese mismo pasado) y de abandono respecto al porvenir, en que nos movemos respirando con dificultad. Sin caer en el despropósito de lo que algunas personas llaman concretar, parece que andamos más necesitados aun que de verdades, de procedimientos para adquirirlas. Un concepto y a la vez un sentimiento fuerte y claro de lo que es y significa el pasado, es lo único que puede guiarnos a hacer aplicación de él al presente con vista al porvenir.

Y aquí conviene advertir que así como el ejercicio de la abogacía suele contribuir a enturbiar y obscurecer el sentido jurídico de los que a él se dedican, así el historicismo de los que del estudio hacen profesión, suele contribuir a enturbiar y obscurecer en ellos lo que de sentido histórico tuvieren. Hay, en efecto, quienes convierten en abogacía la investigación histórica y acuden al pasado, no en busca de enseñanzas, sino en busca de argumentos más o menos aparentes, para sostener sus alegatos. Nada más pernicioso que la historia al servicio de una tesis cualquiera. Pero lo más pernicioso de todo es caer en adoración de ella.
¡Felices los pueblos que no tienen historia! se ha dicho. Y a las veces puede la historia ser tal, que quepa exclamar: ¡Felices los pueblos que han olvidado la historia!
Convirtamos ésta en substancia, es decir: en anhelos para el porvenir.

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