martes, 11 de marzo de 2014

11M, EL ÚLTIMO BESO A LAURA


Han pasado diez años y los sentimientos que florecieron aquel siniestro día continúan intactos en mi interior, como una semilla de trigo atrapada en un ámbar milenario. Recuerdo sobretodo un fantasmal silencio y el sibilino poder de enmudecer a toda una cuidad incapaz de reaccionar ante semejante atrocidad inhumana. 

Aquel día fatídico me levanté como cualquier otro día dispuesto a ir al trabajo y asumir alegremente la rutina diaria. Mientras desayunaba empezaron a llegar las noticas confusas a través de la radio: "Un artefacto ha estallado en…", "la linea de cercanías está cortada…", "los fallecidos en la explosión…", "otro artefacto…", "la columna de humo puede verse desde…", mientras se me atragantaba el café oía constantes sirenas de la policía de una comisaría cercana en el barrio de Moratalaz. Las informaciones que iban llegando te dejaban sin aliento, lineas de ferrocarril y metro paralizadas, cientos de ambulancias y coches de policía cortaban las calles de medio Madrid, la ciudad estaba colapsada. Empezaron las terribles llamadas de teléfono a familiares y amigos, las que tu hacías y las que recibías, por suerte para mí los seres más cercanos estaban bien, pero desgraciadamente conozco a personas que aquel día perdieron a sus seres más queridos sin ningún tipo de deferencia hacia nadie, la locura y la violencia del ser humano no tiene límites.  

Aquel monstruoso día Laura, una preciosa niña de cuatro años con dos graciosas y perennes coletas rubias y unos grandes ojos castaños que representaban la absoluta inocencia, fue acompañada por sus padres al colegio, igual que cada día. En el trayecto de cinco minutos caminado desde su casa al colegio la niña iba saltando feliz, agarraba firmemente con sus pequeñas manos las de sus padres, una mano de su madre y otra de su padre, Laura en el centro. Así le gustaba ir, de la mano de sus padres, charlando de sus dibujos preferidos, de su mejor amiga de clase o de la chaqueta tan "chula" que llevaba hoy mama, totalmente ajena a lo que iba a suceder. Ellos la dejaron en su clase con sus amigos, despidiéndose de ella con un beso y sin saberlo Laura, ese fue el último beso que recibió de sus amados padres. Ese beso fue una fuga en el tiempo, un instante eterno de amor que no volverá a repetirse jamás para Laura. Ese beso fue un adiós oculto, una despedida inesperada. Ese beso fue el último recuerdo que Laura tiene de sus padres, un recuerdo quizás difuminado por su pronta edad y los diez años transcurridos. El 11M también fue eso, el último beso a Laura.

Como era habitual los dos padres se dirigieron a coger por última vez el tren de cercanías en la estación de Santa Eugenia y sin tener ninguna opción, desconociendo su trágico final, nada más subir al tren una fuerte explosión en el vagón donde se encontraban dejó a Laura sin padres. Ahora esa niña huérfana tendrá catorce años y una fecha, el 11M, grabada para siempre a sangre y fuego en su alma. 

A media mañana me armé de valor y decidí ir al trabajo. Cogí el metro, era lo habitual, el silencio era sepulcral, es algo que todavía tengo muy vivo como recuerdo, el silencio, el silencio donde siempre había vida, voces y movimiendo, el silencio en el transporte público, en las calles, en las oficinas, en los comercios. Pululaba en el aire el pensamiento que podía haberle tocado a cualquiera. Se respiraba en el ambiente una pesadumbre que invadía toda la ciudad y nunca antes había percibido, era difícil contener el aliento, no existían los diálogos habituales en el metro y que a veces escuchabas irremediablemente. Al llegar a Colón caminé un minuto para llegar al edificio en el que trabajaba. Los pocos compañeros que habíamos decido ir a trabajar como muestras de resistencia contra unos asesinos que no podrán nunca parar el mundo con su viles y cobardes acciones, estaban tristes y afligidos, todos conocíamos alguna tragedia, fue un día muy amargo. 

Hoy Laura es una estudiante ejemplar de tercero de ESO. Con el apoyo de todos consiguió sobrellevar su terrible desgracia. Hoy Laura es un ejemplo de fuerza y superación al que hay que recurrir para dignificar y no olvidar a los fallecidos de aquella despiadada tragedia y desear a todas las Lauras que sufrieron aquella fatalidad un futuro prometedor, pleno de aquellos besos robados que ya nunca volverán.

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