martes, 9 de febrero de 2016

EN SENTIDO CONTRARIO

A veces tengo la extraña sensación de ir a contracorriente. Supongo que es una percepción más común de lo que parece. Incluso, es posible que la gran mayoría de los mortales vivamos en una vorágine artificial que nos arrastra y no somos capaces de percibirlo debido a su monstruoso tamaño. Es como navegar por un río de cinco mil kilómetros de ancho en un bote sin remos. Te dejas llevar por la corriente, no hay más remedio. De hecho, debido a su enorme dimensión, ni tan siquiera sabes que es un río. 

Esa sensación de verte arrastrado, y creer que es lo común, resulta apabullante en los entornos metropolitanos. Llega la Navidad y todos hacemos los mismo: compra de regalos compulsiva, cenas y más cenas hasta el punto de parecer romanos (ojo con las comilonas familiares, tras unas copas comienzan a salir los trapos sucios), arbolitos, belenes, luces chillonas, películas típicas de Navidad, etc. Pasa la Navidad y vienen las rebajas: más compras compulsivas de bolsos, calzados, abrigos, pantalones, las New Balance “casual” que todo el mundo tiene, etc. Cantidad de series que visualizamos como autómatas: Juego de Tronos, House of cards, The walking dead, Vikingos, Homeland, Mad Men…, y eso sin contar las ya pasadas como Perdidos, Los Soprano, Expediente X y unas cuantas más. Esto viene de lejos, quién no ha visto El equipo A (M. A. Barracus y sus cadenas de oro y su canguela a volar en avión), El coche fantástico (“Kit te necesito”, decía a su reloj intercomunicador el larguirucho David Hasselhoff cuando estaba en un aprieto, y Kit iba en su ayuda raudo y veloz), Los vigilantes de la playa (con Pamela Anderson de estrella), Melrose Place (lugar idílico repleto niños guapos y niñas guapas), Cuéntame (eterno melodrama) y la archiconocida Vacaciones en el mar (titulada en realidad The love boat, El crucero del amor) o la famosísima Verano azul (quién no recuerda a Chanquete, a Tito, a Piraña o a Bea). Todos tenemos un coche y contaminamos. Todos tenemos móvil y aporreamos la pantalla táctil con ansia esperando recibir un mensaje de Whatsapp. Somos appadictos. Llega el verano y buscamos las vacaciones que ahora están de moda (los fiordos, Maldivas, Laponia o Papete). Compramos a toda velocidad en los supermercados los viernes por la tarde o los sábados por la mañana. Nos molesta enormemente hacer cinco minutos de cola. Nuestras casas están atestadas de aparatos eléctricos: aire acondicionado (varias máquinas), televisiones (también varias), ordenadores (por supuesto varios), tablets, lavavajillas, horno, lavadora, neveras, microondas, etc. Discutimos si un equipo ganará la Liga o la Champions, si un jugador es mejor que otro, si un entrenador es peor que otro. Los políticos están presentes en nuestras vidas como si fuera “el pan nuestro de cada día”, que dirían los del Vaticano. 

Vivimos rodeados de miles de imputs que nos llevan a actuar de una manera determinada. Son tantos, que forman una corriente devoradora que nos atrapa y de la que no podemos salir. Pero aún hay esperanza y lo vemos cuando paseamos por un bosque y nuestros ojos, felices de ver lo que ven, miran de otra forma; o cuando olemos la tierra húmeda después de llover y sentimos una agradable sensación, más cercana a nosotros de lo que nos creemos. Somos naturaleza, no lo olvidemos. El hombre debe encaminarse hacia lo natural y contrariamente caminamos, de forma innecesaria, en sentido contrario. Quizá nuestra civilización piense, debido a su vanidad, que vivirá eternamente. Tal vez, en el futuro, tengamos delante un robot y al mirar directamente a sus ojos galvánicos no podamos diferenciar si es un hombre o un puñado de cables, debido a esa corriente invasora y antinatural en la que vivimos constantemente y que poco a poco nos va cegando. O lo que sería peor aún, quizá llegue el día que prefiramos esa mirada galvánica a la de un ser humano. Entonces, estaremos perdidos.

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