martes, 13 de octubre de 2015

SUCESOS BORGIANOS

Los relatos de Borges nunca dejan de sorprenderme. Cada vez que vuelvo a leerlos encuentro algo nuevo que me maravilla. Caigo en la tentación cada cierto tiempo, la penúltima vez fue hace dos años, y la última, hace dos días. El Aleph, El libro de arena, El informe Brodie…, por poner algunos ejemplos, te trasladan a una realidad ilusoria muy personal. El mundo borgiano, tan verdadero y tan imaginario como cualquier otro, no es más que una mirada profunda a través de un espejo que se va paseando por el mundo. Lejos de mostrar una visión quimérica de la realidad, nos muestra la verdadera realidad, la suya. Decía Platón que existen dos niveles de realidad, la básica que percibimos con los sentidos, la que vemos, oímos, tocamos, olemos y saboreamos; y la otra realidad que emana de nuestro interior, una realidad más intelectual, más intrínseca. Los relatos de de Borges emanan de esa realidad interna, comienzan en el mundo de los sentidos, el mundo externo y, sin apenas darte cuenta, entras en esa otra realidad que es la suya. Ambas realidades se van entrelazando mágicamente con una naturalidad pasmosa. El lector acepta tanto una como otra y termina entrando en el mundo borgiano, de hecho, alcanzas esa inaudita sensación de ver lo imposible posible. 

Estás dos verdades platónicas, la que todos percibimos y la que cada uno tiene en su interior, magistralmente representadas en los relatos borgianos, en ocasiones son visibles en el mundo. Una de esas ocasiones surge en el enamoramiento, el amor nos toca con su dedo mágico y en nuestro interior se desata era realidad tan íntima y personal que solo nosotros percibimos. También surge esa realidad borgiana cuando alguien padece esquizofrenia y tiene experiencias sensoriales que se originan dentro del cerebro dando paso a pensamientos delirantes y distorsionados. Ahora no defino el enamoramiento, sino los síntomas de la esquizofrenia, sin embargo, todos hemos visto como el amor tiene síntomas muy similares. Por el contrario, es muy habitual encontrarse con personas que inventan una realidad que no existe en el mundo sensorial ni tampoco en su interior, pero aun así la difunden. Estos son los mentirosos, tan abundantes como el hielo el polo sur.


Ayer mismo tuve el privilegio de presenciar un maravilloso suceso borgiano. Sucedió en la visita a los abuelos de mi mujer, ya con noventa y seis años y el ineludible deterioro físico y mental a cuestas. Era media mañana, sol de octubre en tierras turolenses. La presencia de mis hijos despertó en ánimo de los abuelos que miraban a los pequeños como quien mira a una divinidad. Los niños revoloteaban a su alrededor con ese desparpajo y alegría tan exuberante que es capaz de absorber toda la atención periférica. En un momento dado, el pequeño se quedó parado delante de la abuela y le dijo algo. La abuela lo miró, el pequeño aguantó la mirada y volvió a repetir su reducido y casi incomprensible discurso. Sin poder remediarlo la abuela se emocionó, el niño que tenía delante, fruto de su fruto, la hizo feliz por un instante. En ese instante la abuela vio un Aleph en mi hijo, vio el mundo entero delante de sus ojos. Después, paseamos lentamente. En ese paseo la abuela no paraba de dar muestras de amor hacia su marido, lo elogiaba diciendo repetidas veces que era muy guapo, lo miraba y volvía a decirlo como si estuviera buscando nuestra aquiescencia y mostrando así, a los cuatro vientos, su realidad. El buscaba su mano y ella la de él, hasta que las juntaron y durante un buen rato permanecieron inmersos en su realidad, tan hermosa y tan valiente como la más grande de las verdades.

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