Tu Otra Estrella

martes, 28 de abril de 2015

EL CÍRCULO VICIOSO

Elvis Presley "el Rey del rock" popularizó en el año 1969 una canción que debió haberse titulado "The vicious circle" ("El círculo vicioso"), o al menos esa fue su primera intención. Al final, la canción terminó titulándose "In the Ghetto" ("En el gueto"). Fue una de las canciones que escribió Mac Davis, cantante y compositor de música country, para Elvis Presley. La popular canción ha sido versionada por otros artistas, entre ellos The Cranberries o Nick Cave. 

La canción cuenta la dramática historia de un niño que nace en una zona suburbial de Chicago en el seno de una familia pobre. Este nacimiento supone para la madre (el padre ni tan siquiera se menciona, quizá problemas de Mac Davis con el suyo o simplemente una manera de personalizar un acontecimiento) una alegría pero también una enorme tristeza. Ella sabe que no podrá alimentar al nuevo hijo, una boca más hambrienta, piensa mientras llora por el tenebroso futuro que le espera a su hijo en el gueto. Sobre educación y sanidad no se hace ni una sola mención, lo primero es cubrir las necesidades básicas para vivir, en un suburbio lo importante es seguir adelante como se pueda y alcanzar el nuevo día. 

La madre del niño se lamenta ante la terrible pasividad de los que tienen posibilidades de ayudarles y miran hacia otro lado. Como tantas veces ella ha visto, su hijo terminará siendo un adolescente enojado y encolerizado con su entorno, hasta el punto de llegar a odiar a los que en su día no hicieron nada ni tendieron su mano para intentar mejorar sus precarias condiciones de vida. Su infancia, como no podía ser de otra manera, transcurre entre largos y fríos inviernos padeciendo hambre y enfermedades. Los años pasan y el niño comienza a conocer la noche y aprende a robar y a pelear, aprende a sobrevivir en el gueto, no hay otra fórmula sin ayuda. Se convierte en otro chico, uno más, abandonado por la sociedad, incapaz de entender el por qué, el chico, tan solo intenta seguir adelante en el despiadado mundo que lo rodea.

Entonces, el veneno que ha ido acumulando en su cuerpo desde el día que nació termina por invadir todo su ser y explota. Decide revelarse contra todos y ante todo, no puede más, no aguanta más. Se hace con un arma para enfrentarse al mundo entero que siempre lo ha despreciado y lo ha tenido marginado y roba un coche. Pero al pobre desgraciado lo enganchan a las primeras de cambio, intenta escapar, se defiende con toda su alma rebosante de rabia y de odio. Aun así no llega muy lejos y su madre rompe a llorar. Una enorme multitud se reúne alrededor del chico indignado que yace tumbado boca abajo en la calle con su arma en la mano, mientras un charco de sangre, todavía caliente, crece bajo su cuerpo en el sucio suelo del gueto. La madre llora desconsolada mientras su hijo adolescente muere sin remedio en una mañana fría y gris de Chicago. A lo lejos se escucha el llanto de otro bebé que acaba de nacer en el gueto.

Según las estadísticas, más del 20% de los niños de España vive hoy bajo en umbral de la pobreza. Indignante, espero que las personas con capacidad para solucionar este terrible problema tomen las medidas pertinentes. Los guetos son un círculo vicioso.


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martes, 21 de abril de 2015

COSTE CERO

Escuché decir hace poco a un experto en la materia que, "este tipo de catástrofes solo sucede una vez entre tres o cuatro millones de vuelos". Se refería a los temidos accidentes aéreos y sin duda, la frase tiene su miga. Lo primero a destacar es que, por atesorar un índice bajo de siniestrabilidad, o al menos eso parece, sobretodo si no te toca; el experto, pasa de tres a cuatro millones como el que se come cinco o seis palomitas de un vez mientras ve una película en el cine. Es evidente que la indolencia del comentario nos hace pensar que lo misma da que sean tres o cuatro millones, para el caso, que más da. Cuando menos es curioso la falta de sensibilidad al hablar tan a la ligera de tan espinoso asunto. Aun haciendo un ejercicio profiláctico de empatía me cuesta horrores ponerme en su lugar, claro que, tal vez ya los buscan con un determinado perfil "aventurero", por decirlo suavemente.

La poca preocupación de los expertos en aviación por los accidente aéreos (y por extensión hacia las persona que van dentro de esos aviones) tiene el siguiente razonamiento y en cierto modo, hasta parece lógico: el transporte más seguro y con notable diferencia es el avión, ya sea un avión de Germanwings, Malaysia Airlines o Air France; sobretodo si están pilotados por personas equilibradas, si los aviones pasan un exhaustivo mantenimiento periódico y las compañías no priman la economía sobre la seguridad. Aun cumpliendo con estos requisitos (quizá en algunos casos no) y sabiendo que es el transporte más seguro (esto en inapelable), los humanos somos duros de mollera, pensamos que en nuestro cochecito y tomando las precauciones pertinentes vamos más seguros (o al menos si me la pego tal vez no muera), es una sentencia totalmente incierta. Solo con atenernos en el número de fallecidos en accidente de coche en un año (en 2014 más de 1000 fallecidos en España y más de 25.000 en Europa, la cifra de heridos se multiplica por cinco en ambos casos), comparado con el de fallecidos por accidente aéreo; la diferencia es tan abrumadora que ni siquiera es comparable. Y si comparamos, el número de personas fallecidas en todo el mundo por accidente de coche y accidente de avión, la diferencia se torna fantástica, tanto que no me extraña que los expertos desdeñen y hasta menosprecien tranquilamente un accidente aéreo. Con esto quiero decir básicamente una cosa: existen muchísima más posibilidades de marcharte al otro barrio cuando coges el coche para ir de visita a casa de tu primo de Cuenca, que cuando coges un avión para ir a cualquier lugar, y cuando digo muchas más posibilidades, son muchas, muchas. No somos conscientes del peligro que supone conducir, no solo por nosotros mismos, sino por el conjunto de vehículos que circulan. Ni que decir tiene que el alcohol o las drogas no ligan con la carretera, por más que uno se empeñe a veces en engañarse.

Y es que volvemos al mismo cantar de siempre, lo importante es la economía, la fría e inhumana economía. Poniéndome en el lugar del diablo, parece claro que los fallecidos en accidente aéreo, al ser menos, adquieren mayor relevancia que los fallecidos en accidente de coche. Además en coche hay heridos y muchos, y en avión, pues no, o casi nunca. Esto es esclarecedor para las pirañas de la economía, porque un herido genera unos gastos terribles a la seguridad social y además los hay a miles a causa de los accidentes de circulación y cada año se suman los del anterior y así sucesivamente, en cambio, estos costes en aviación no existen. Por eso mismo hay un empeño en bajar el número de accidentes, que no de fallecidos; porque los fallecidos, como los expertos de aviación nos han aleccionado y demostrado cada vez que han hablado del asunto, tienen coste cero, justo lo que desean los gestores de nuestro capital común, que tengamos coste cero.
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martes, 14 de abril de 2015

CULTURA FANTASMA

Desde la apacible distancia que me ofrece “la red" y valiéndome de textos publicados por el crítico literario Mijaíl Bajtín, quisiera romper una lanza a favor de la cultura, pero de la cultura de verdad, no hablo de esas mamarrachadas que intentan inculcarnos ahora. En el siglo XXI, a mi entender, cultura significa la suma de circunstancias y materias que, según la mayoría se constituyen con el asentamiento de una serie de ideas, valores, conocimientos históricos, filosóficos y científicos en constante evolución junto con la indagación y desarrollo de nuevos aspectos artísticos y la investigación en todos los campos del saber. 

La cultura siempre ha establecido diferencias sociales, los que dedican tiempo y esfuerzo para absorberla y asimilarla, progresan; y los que se desentienden de ella o la desestimaban, se excluyen social y económicamente. Esta clasificación es aceptada en el mundo occidental porque nos rigen unos valores, criterios y comportamientos comunes. Por tanto, quien pueda cultivarse, estudiar y aprender, y no lo haga, o se tira piedras sobre su tejado o es tan obtuso que acepta la exclusión social y económica a la que se verá abocado. Esto, evidentemente es para la mayoría, siempre hay una minoría elitista con reminiscencias aristocráticas que ya les viene dado todo de nacimiento, pero esto es otro cantar. 

Ahora bien, en nuestro tiempo, y ya me gustaría saber por qué, todo esto ha cambiado. La noción de cultura se ha amplificado tan desproporcionadamente, que la propia cultura se ha esfumado dando paso a la cultura fantasma. Todo el mundo cree ser culto, quizá esto sea una muestra de que nadie es culto o tal vez, y yo apuesto por esto al menos en un mayor porcentaje, lo que llamamos cultura ha sido depravado de tal modo que sirve para justificar que todos somos cultos. Se comienza por establecer que todo lo que dice un pueblo, hace, cree o venera, es cultura. El fin es realmente generoso, pero ya se sabe, no todo el campo es orégano. Porque una cosa es creer que en todas las culturas hay valiosas contribuciones a la humanidad, y otra muy diferente, es que todas son iguales. A este enredo ha contribuido enormemente "lo políticamente correcto", es decir, perece presuntuoso decir que hay culturas superiores e inferiores, por lo tanto todas las cultura son iguales, simplemente son diferentes expresiones de la fabulosa diversidad humana y así, todos tan contentos.

Por otro lado, a las causas de la desaparición de la cultura habría que sumar a "lo políticamente correcto", la incorporación de la incultura a la idea de cultura, disfrazada de diferentes nombres como por ejemplo la "cultura popular", una cultura menos pura y presuntuosa que la otra, pero mucho más libre y vivaz. Según Mijaíl Bajtín, la cultura oficial nace de las universidades, palacios y salones; y la popular de la calle, la fiesta, los bares y se burla de la oficial exagerándola irónicamente. Parece que las fronteras de la cultura e incultura se esfuman, dando a la incultura una relevancia quimérica, compensando la chabacanería y la dejadez con vitalidad y humor.


De este modo han ido desvaneciéndose los límites que separaban la incultura de la cultura, la persona culta de la inculta. Hoy en día nadie es inculto, todos somos cultos. Solo con mirar cualquier medio de comunicación encontraremos referencias de esa cultura universal de la que todos somos poseedores: "cultura del pelotazo", "cultura de masas", "cultura tecno", "cultura del tapeo", etc. Todos cultos, aunque no hayamos leído más que diez libros en nuestra vida, ni visitado exposiciones de pintura, ni aprendido aspectos humanísticos y científicos del mundo que nos rodea. Queríamos vencer esas diferencias culturales entre las élites y el resto, y lo conseguido es contrario a lo realmente deseable. En vez formarnos para ser cultos, no hemos hecho cultos sin formación. Lo que se ha conseguido es una confusión absoluta de lo que es cultura y lo que no es. Ahora todo es cultura, o mejor dicho, casi nada lo es.
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martes, 7 de abril de 2015

RECUERDOS DEL ABADENGO

No se dónde leí un artículo sobre lo aconsejable de vivir momentos poéticos colmados de gráciles sensaciones, momentos que alimentan el alma, mucho más que un suculento solomillo o un primoroso rape o un delicioso y afrutado vino, que también, pero de otra manera, además, siendo de donde somos, sería un pecado no caer en estas tentaciones. 

Estos días de semana santa ya pasados, al menos para mí, he encontrado momentos realmente inspiradores que han cargado mi memoria de preciosas imágenes y recuerdos puros. Recuerdo las mágicas puestas de sol, miraba ensimismado el ancho horizonte castellano como si fuera un mar mecido por suaves colinas onduladas y allá, donde se pierde la vista, el sol anaranjado ocultándose, sin prisa pero sin pausa, y despidiéndose hasta un nuevo día, por tierras portuguesas mientras acariciaba melosamente la ribera del Duero. 

Recuerdo el dulce olor de de los manzanos y ciruelos floridos; de las aguerridas encinas y de las escobas silvestres que pueblan los campos del Abadengo. Recuerdo los caminos serpenteantes que se adentran en un paisaje natural e infinitamente vivo, tanto que uno llega a sentirse unido a ese entorno cien millones de veces más que cuando estás en una cuidad. Si cierras los ojos e intentas sentir todo lo que hay a tu alrededor es fácil darse cuenta de lo maravilloso que es, y si luego los abres, la comunión es casi absoluta. 

Recuerdo a mi hijo corriendo por uno de esos caminos y gritando que había encontrado una enorme huella de dinosaurio mientras escalaba una roca cubierta de líquenes para señalar desde lo alto su fabuloso hallazgo, luciendo una cara de asombro incomparable y una sonrisa de plena felicidad. Recuerdo las arquitectónicas paredes de piedra centenarias creadas por verdaderos artesanos para delimitar las lindes de las tierras que pueblan toda la campiña. Recuerdo un inmenso cielo azulado, el más amplio e inmaculado que he visto jamás, perfilado en lo alto por débiles cirros de formas caprichosas unas veces, y otras, por pequeños cúmulos flotantes que parecen de algodón. Un cielo sublime que me atrae sobremanera y del que estoy totalmente prendado. Algunos quisieran esparcir sus cenizas en el mar, otros en la tierra, pero yo quisiera en el cielo, en ese cielo. Algo imposible gravitacionalmente hablando, pero ya se sabe, los deseos y los sueños a veces son pura fantasía.

Recuerdo los primeros pasos de mi otro hijo por esas veredas, quizá los segundos ya, corriendo con paso todavía incierto en busca de su madre al ver como un pequeño rebaño de ovejas se acercaba balando. Recuerdo la mirada perdida de algún burro fiel, un Platero, que a pesar de los tiempos que corren, continúa ayudando a su amo en las labores de campo, transportando aperos y conduciendo la ganadería con una maestría ya en desuso. Recuerdo las conversaciones con el tío Quico (casi centenario), hombre alegre y poseedor de una sabiduría humana íntegra y cabal. Hablar con él de cualquier tema es lo más parecido a una confesión interior, ves que todavía hay mucho asimilar, mucho que aprender para comprender la vida misma. Recuerdo el canto atolondrado y confuso de los gorriones y las golondrinas, el vuelo temeroso de las tórtolas y la carrera fugaz y huidiza de un conejo a través de los matorrales y las zarzas.


Recuerdo unos día adorables cerca de las personas que más me importan, días repletos de instantes líricos que ya ocupan y son una parte de mí. Recordar es volver a vivir.
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